Sobre Ucrania y los guiones amañados

El conflicto ucraniano está generando un ruido incesante, que no permite distinguir las voces necesarias, las más documentadas, entre tanta lluvia de tópicos, titulares de saldo, sentencias inspiradas en el buenismo ramplón, consignas transversales y arengas maniqueístas en clave de cruzada. Aunque la invasión de Ucrania sea condenable y no tenga justificación alguna, hay antecedentes que deberían calibrarse y que se obvian de manera sistemática a pesar de su trascendencia, entre ellos el progresivo acorralamiento militar de Rusia que la OTAN y sus aliados han llevado a cabo en los últimos años, contrariando a Moscú y ninguneando sus múltiples avisos.

En estos tiempos embarullados, con la propaganda desatada y tantos intereses en juego, me niego a participar en la satanización de Vladimir Putin, por más responsabilidad que cargue a sus espaldas; como tampoco voy a secundar la beatificación de Estados Unidos y sus socios. Unos y otros se han encargado de fabricar el peor escenario posible para Ucrania; y todos ellos, en mayor o menor medida, son promotores de lo que está ocurriendo en el este de Europa, aunque muchos de los ofendidos no quieran enterarse. En cualquier caso, las consecuencias serán fatales para la economía planetaria, lo que afectará especialmente a los más vulnerables. Por lo demás, el éxodo ucraniano resulta dramático; pero también lo fueron en su momento las riadas de sirios y afganos que buscaban refugio en Europa y que no sólo fueron ignoradas, sino deliberadamente obstaculizadas por muchos de los países que ahora claman al cielo por las desventuras sobrevenidas tras el zapatazo ruso. Ante la representación de una obra tan estudiada y carente de credibilidad, solo cabe el escepticismo, reactivo, beligerante; y si el desamparo nos puede, quizás haya que escarbar en las hemerotecas y afinar los radares para seguir aguantando, aunque las trincheras que verdaderamente cuentan se vayan alejando del frente y estén cada vez menos concurridas.

 

 

 

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