El pueblo, ni tan bueno, ni tan sabio...



Definitivamente, México sigue siendo un país surrealista. Sobre todo en tiempos de pandemia. Nunca abandonó la normalidad cuando llegó el coronavirus, porque buena parte de la población siguió con sus actividades habituales sin tomar precauciones de ningún tipo; incluso hoy en día se producen en las calles estampas desalentadoras, que desdicen el confinamiento. Pues bien, a pesar de esta clamorosa falta de disciplina, las autoridades mexicanas anuncian ahora que el país regresará más pronto que tarde (ya han dado varias fechas fallidas), a una normalidad que nunca se fue, al menos para un porcentaje importante de la ciudadanía, lo que no es algo baladí cuando las minorías contagiadas pueden causar estragos.
Y para rizar el rizo y sin que les tiemble la voz, los mandamases mexicanos enfatizan que la vuelta a la nueva normalidad será posible gracias a la responsabilidad social demostrada durante la pandemia (¿?). Es más, México, por arte de birlibirloque, se vende a sí mismo como país de referencia, donde primó el comportamiento ejemplar a diferencia de otras naciones. Bueno. Creo que en el caso de las autoridades mexicanas, especialmente del gran hacedor, podemos hablar abiertamente del síndrome de la burbuja, que convierte el aprendizaje del enclaustrado en un ejercicio vano, reiterativo, impositivo por defecto. O lo que es lo mismo, se estaría produciendo en las alturas políticas de México algo similar a lo que los periodistas más desaprensivos tienen como uno de sus principales mandamientos: que la realidad nunca te joda un buen titular. La etiqueta de surrealista sirvió en su momento para definir a México como un país desconcertante, sorpresivo, complejo y magnífico al mismo tiempo. Ahora, ese mismo concepto sirve para evocar disparates con sello oficial, pifias al por mayor, rumbos preocupantes y nada literarios. Lástima de país.


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