Twitter, una red falsaria

Nunca he sido demasiado partidario de las redes sociales. Probablemente porque me parecen muy poco colectivas, poco enriquecedoras, demasiado embarulladas, especialmente en el caso de twitter, que es la plataforma donde más abundan los candados que los iluminados (lo sean o se lo crean), activan para frenar los ímpetus respondones de sus muchos miles de seguidores.

¿Qué es lo que mueve a tantos encumbrados a lanzar mantras matutinos sin esperar respuesta, porque tienen prohibida la réplica al 98 por ciento de su público? ¿Piensan que es un servicio de mensajería fabricado exclusivamente para los popes y otros ilustres? Sí, así lo deben entender cuando se soban el estómago, porque en realidad, es una herramienta de escaparate, enajenadora, diseñada para la captación, recaudadora de posicionamientos comprados de antemano. No hay interacción. Solo bombardeo. Tan constante como simulado. Pero siempre redundante, con usuarios cautivos.
Cierto que la mayoría de los seguidores aceptan el rol sin miramientos. Pero ese tema forma parte de una enciclopedia que está por escribirse: la subordinación gustosa, complaciente, a la que tantos se deben. Hoy y ayer.
En el campo académico, puede que sirva para el intercambio de conocimientos específicos, aunque lo dudo habida cuenta de los muchos canales abiertos que hay para este menester.
Puestos a elegir, me quedo con el vintage, con el e-mail. Mucho menos coercitivo, más amigable, cercano. Y ya en el brete, me decanto por Facebook, que también tiene sus blindajes, pero que no son tan abusivos. Cierto que FB es mucho más popular, incómodo muchas veces, accesible al por mayor. Pero ¿no se trata de eso? Y me atrevo a responder. NO. De lo que se trata es de aleccionar a mansalva sin que me reviren, sin que me jodan el desayuno. Eso sí, cuando me lo dicta la tecla, respondo, polemizo y comparto cuestionamentos con los que están a mi nivel, con los elegidos, con los que creo que me pueden mover el tablero. Y en esta tarea, están unos y otros, con independencia de su ideología, porque las consignas que mandan a diario son abrumadoras, ya sea bajo la forma de sentencias, reflexiones que no admiten peros, máximas facturadas para la cooptación...
No hay manera de leer el aluvión de respuestas que llegan con cada twitter, la mayoría de ellas prescindibles para el gran hacedor de los mensajes clarividentes. Está claro. Pero es algo inevitable cuando se apuesta por la transversalidad, eso sí, con matices, con tapujos, convenientemente disfrazada, acompañada de números, arropadores, que regodean al emisor con cada subidón de los fieles. Lo que todos los sacerdotes procuran, desde el párroco hasta el pontífice.
Mejor no twittear. Mejor ahorrarse las proclamas. Y perseverar en otras latitudes. Menos cibernéticas, más cercanas, más humanas. Pero no lo harán. Porque casi todos ellos se deben a sí mismos. A nadie más.

Comentarios