Venezuela y la torpeza española


El posicionamiento de España en el conflicto de Venezuela no puede ser más inadecuado. En vez de propiciar el diálogo y la negociación de las partes embanderándose en el principio de no injerencia, opta por alinearse con varias potencias europeas y lanza un ultimátum a Nicolás Maduro para que convoque elecciones libres o se atenga a las consecuencias, es decir, el reconocimiento del líder opositor Juan Guaidó como presidente encargado del país sudamericano.
Cumplido el plazo el pasado 3 de febrero, España procedió a legitimar a Guaidó, junto a otros países europeos como Francia, Alemania y Reino Unido.
España debería enfocar las problemáticas de América Latina con catalejos muy distintos a los que suelen utilizar los países que son tan afectos a la diplomacia de las cañoneras, sobre todo cuando no peligran sus intereses económicos en la región.
Sin embargo, España no sólo es incapaz de distinguirse buenamente en el concierto europeo a la hora de calibrar los conflictos de América Latina, sino que defiende alternativas que en lo que compete a Venezuela sólo contribuyen a incrementar la tensión y a polarizar todavía más a una sociedad francamente dividida. Y lo hace bajo la excusa de abrir las puertas a una democracia formal que en aquellos lares, si bien es necesaria, resulta insuficiente.
Es patético que los responsables del trágala traten además de edulcorarlo, reivindicando la supuesta nobleza de su causa para solucionar un contencioso endiabladamente complejo, fruto de una realidad mil veces manipulada desde el exterior con independencia de los tropiezos del Gobierno bolivariano, que son muchos.
A estas alturas profesionales, escuchar a altos cargos del Palacio de La Moncloa decir que España no está por la injerencia en Venezuela, sino por el regreso de la democracia, negando un ultimátum más que evidente, resulta irrisorio. Y trasluce la pretenciosa mediocridad que se ha instalado en muchas instancias fundamentales para el adecuado funcionamiento de este país.
Más allá de los errores garrafales de Maduro, el Gobierno español no debería alinearse con el inefable Donald Trump y su política intervencionista, amenaza militar incluida. Los vínculos históricos con América Latina exigen a España altura de miras, sensibilidad a espuertas, tiento y sentido común para no herir susceptibilidades y mantenerse convenientemente alejada de la molienda mientras estimula la negociación a varias bandas, sin mayores publicidades.
Pero una vez más, el Gobierno español ha sucumbido a sus complejos y a la presión de Washington y ha preferido formar parte de un batallón incendiario que sólo circunstancialmente requiere de sus servicios. Venezuela ha puesto de nuevo en evidencia que en La Moncloa faltan apuntadores de calado; y sobra postureo.


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