Las endiabladas elecciones en México

El domingo 1 de julio se celebran elecciones en México. Trascendentales, por demasiados motivos. Soy de los que piensan que el país norteamericano necesita un cambio; y si lleva la marca de la izquierda, mejor. Dicho esto, proceden los matices. Andrés Manuel López Obrador, el candidato de la izquierda mexicana que apunta como ganador en todas las encuestas y que se presenta al frente de la coalición "Junto haremos historia", no me acaba de convencer.

No me gusta su estilo mesiánico, no me gusta su república amorosa, no me gustan sus devaneos religiosos, no me gusta su desapego internacional, no me gusta su provincianismo... y hablo con conocimiento de causa porque lo padecí en corto.
Los problemas de México son de una envergadura brutal, desde la desigualdad y la miseria, hasta la violencia y la inseguridad, por no mencionar otros retos apremiantes. Con este frontispicio, no le he escuchado a AMLO ninguna propuesta concreta y viable, con calado, para enfrentar estos problemas mayúsculos. Ciertamente, tampoco la he oído de los otros candidatos.

No quiero ser pesimista. Pero me temo que México está en el hondón, porque el dilema para muchos países que buscan reciclarse con urgencia, sigue siendo el mismo: no se puede jugar al capitalismo con las reglas del socialismo. Ni siquiera AMLO. Así de simple. Sobre todo cuando los cambios que se requieren son de órdago a poderes varios, entre ellos el Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial, pasando por el envite a la impresentable clase empresarial de México.

Desde esta parte del planeta me sigue sorprendiendo el voluntarismo de la izquierda latinoamericana y su optimismo genético. Y los muchos vuelos sin motor que emprende en un cielo manifiestamente hostil.

Creo que uno de los mayores errores de la izquierda ha sido el de sublimar al ser humano, sobre todo desde que Rousseau decidió encumbrarlo. Por el contrario, la derecha siempre ha recelado del personal y, por lo mismo, ha sabido interpretar mejor las debilidades humanas. Y ha actuado en consecuencia, cosechando debilidades con un éxito que refrenda su buen tino, su inmejorable radiografía social.

La izquierda, en su afán redentor, prescinde del pincel y se aferra a los brochazos para manejar versiones más robóticas de lo que somos y de lo que pretendemos. Atender necesidades primarias desde un enfoque colectivo es algo fundamental; pero a todas luces insuficiente.

Puestos a revolucionar a fondo, sólo cabe la voladura del sistema. Y para eso hacen falta arrestos anarquistas, que no los hay. Además, los potenciales dinamiteros tendrían que plantear, en términos socioeconómicos, una alternativa más conveniente para la mayoría del planeta que, lamentablemente, tampoco existe.

Todo lo demás es palabrería, por más que cuatro, cinco o seis parcelas lleguen a reverdecer. Incluso en México.

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