La desfachatez de los banqueros

Los abusivos salarios de los directivos de la banca han parido un nuevo escándalo, después de que ING anunciara su intención de doblar la paga de uno de sus principales ejecutivos, Ralph Hamer.

Finalmente, ante el alboroto político y social generado en Holanda por el polémico anuncio, la entidad financiera desistió de premiar a su distinguido empleado. Nada que objetar a la rectificación; pero sí al amago original de duplicar los honorarios del ejecutivo que gana la irrisoria cantidad de un millón 500 mil euros al año.

Para justificar su iniciativa, ING señalaba que esta cantidad estaba muy por debajo de lo que cobran otros prebostes de bancos europeos. Y lo decía sin que le temblara el pulso.

El problema de fondo no es que estos sueldos desmedidos constituyan un agravio comparativo y sean reprobables en términos éticos, que lo son; lo que más irrita es la desvergüenza de la que hacen gala a menudo las clases privilegiadas, siempre dispuestas a engordar sus chequeras sin importar que en la calle estén cayendo chuzos de punta.

Esta actitud insolidaria y miserable se alimenta de otra igualmente mezquina: la de aquellos ciudadanos del montón que, en su delirio infantil, consideran merecida cualquier recompensa salarial por desorbitada que sea.

Resulta obvio que las gratificaciones extraordinarias absorben recursos que podrían ser destinados a otros menesteres más urgentes en estos tiempos tan apretados. Todavía más: suponen un reparto de utilidades que beneficia sistemáticamente a los de arriba.

Por lo demás, no existen las asimetrías confortables; y sí sociedades cada vez más encendidas por una discriminación salarial que se practica sin tapujos y que representa un insulto a las necesidades ajenas.

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