Cataluña: todo son pérdidas
El bucle electoral de Cataluña tiene mala salida y sus
consecuencias, aunque inciertas, se antojan preocupantes para una región que se
halla francamente dividida. Mucho más inquietante el panorama porque España
difícilmente puede mantener su velocidad de crucero con una Cataluña
permanentemente estresada.
Los fracasos del derechista Partido Popular (PP) y de la
antisistema CUP resultan entendibles en un contexto en el que el grueso de soberanistas
y unionistas buscaba fundamentalmente el voto útil para estar en condiciones de
gobernar con holgura sobre el adversario; también es comprensible el pinchazo
de Catalunya en Comú-Podem, que fue incapaz de hacer valer su discurso
diferenciado en un escenario en el que no cabían matices, con separatistas y
españolistas sumamente radicalizados. El Partido Socialista de Cataluña (PSC)
mejoró mínimamente sus resultados, aunque se quedó lejos de las expectativas generadas
por las encuestas.
En estas elecciones catalanas que se celebraron en clave de
plebiscito y en circunstancias anómalas, con uno de los principales candidatos
independentistas en la cárcel y el otro refugiado en Bruselas, incluso las muy
contadas ganancias son efímeras y devienen en frustrantes.
La derecha emergente y urbanita de Ciudadanos (C´s) se
impuso en los comicios, pero está condenada a la oposición por falta de apoyos
parlamentarios. Por su parte, la derecha independentista de Junts per Catalunya
(JxC), no consiguió el objetivo de ganar las elecciones y tuvo que resignarse
con una segunda plaza que le resta autonomía a la hora de encarar la inevitable
coalición para formar gobierno.
Lo mismo le ocurre a la izquierda soberanista de Esquerra
Republicana (ER), que no sólo se ha visto apartada de la victoria, sino que fue
rebasada por JxC, el partido que el expresidente Carles Puigdemont se sacó de
la manga para capitalizar el descontento de los separatistas tras la aplicación del polémico artículo 155, que propició la intervención de la autonomía
catalana y el cese fulminante del gobierno regional.
Con diferencia, el PP fue el partido peor tratado en
Cataluña al encadenar tres sonoros fracasos. El primero, ligado a la renovación
de la mayoría absoluta del bloque independentista en el parlamento local, lo
que demuestra que de muy poco sirvió la intervención de la autonomía catalana
por parte del Gobierno central que castigó al Ejecutivo regional por declarar
la independencia de manera ilegal, acosando judicialmente a sus integrantes y a
los líderes civiles más connotados.
El segundo fracaso lo constituye la victoria de Ciudadanos,
el competidor directo del PP que ha logrado apropiarse del discurso contra la
independencia y de la marca España en perjuicio del partido de Mariano Rajoy que
se ha derrumbado en Cataluña; y de ahí su tercer patinazo. El PP fue arrumbado
al último lugar de las elecciones, lo que evidencia el fiasco de la estrategia
de La Moncloa basada en el inmovilismo y la persecución de los máximos dirigentes
independentistas, previo ninguneo de los síntomas que advierten de la gravedad
de la enfermedad.
En este recuento de los daños, también convendría ir más
allá de las reivindicaciones genéricas de independentistas y unionistas para
subrayar que en términos estrictamente ideológicos el balance de las elecciones
autonómicas es perjudicial para la izquierda en su conjunto, ya que los
resultados muestran una hegemonía de la derecha nacionalista y españolista (JxC
y C´s) en prácticamente todo el territorio catalán, con sus respectivas
visiones neoliberales.
La fotografía poselectoral se parece demasiado a la que
provocó en su día el zapatazo de Rajoy que, entre otras consecuencias, supuso
el cese del Gobierno catalán y la convocatoria anticipada de las urnas tras la
declaración unilateral de independencia. No se registran cambios significativos
en las principales líneas de actuación. Y ésta es una pésima noticia para
Cataluña y, por extensión, para el conjunto de este país de países.
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