Un encarcelamiento muy tóxico

La juez de la Audiencia Nacional Carmen Lamela, ha ordenado la prisión incondicional para buena parte de la plana mayor del independentismo catalán, lo que incluye al ex vicepresidente Oriol Junqueras y siete ex consejeros (ministros) del Gobierno regional. Se trata de un error descomunal, que solo puede servir para crispar todavía más los ánimos, reavivar a la derecha española y proporcionar oxígeno al independentismo catalán; aunque es igual de cierto que este dislate era inevitable si atendemos la secuencia judicial que arranca con la profética acusación de la Fiscalía a los máximos promotores del independentismo de los graves delitos de rebelión, sedición y malversación de fondos públicos.

Activada la maquinaria y con los líderes independentistas aceitando con sus astracanadas el engranaje judicial del Estado, el desenlace estaba cantado habida cuenta de la mentalidad retrógrada que destilan la mayoría de los fiscales y magistrados españoles que, como han revelado con sus declaraciones, actitudes y no pocas sentencias, suelen alinearse con las tesis más reaccionarias del gobierno de Mariano Rajoy, lo que adquiere un significado extraordinario cuando hablamos de la singular derecha española, tan revanchista como desafecta. La justicia española ha demostrado con creces que no es fiable.

En los últimos días, los políticos catalanes se vieron descolocados por el trallazo de Rajoy que intervino la administración catalana con la legalidad en la mano y puso en jaque al soberanismo con la convocatoria de elecciones para el 21 de diciembre, un plazo fulgurante en términos de programas y alianzas que enreda todavía más el ovillo independentista y deja en tierra de nadie a partidos como el antiliberal Podemos, atrapado entre dos fuegos, con un discurso motivador pero endeble para los acerados tiempos que corren.

En un escenario sumamente movedizo, con el paso cambiado, los líderes del independentismo catalán han protagonizado en los últimos días varios números circenses, a los que puso colofón la surrealista escapada a Bruselas del ex presidente Carles Puigdemont.

La fuga del ex mandatario catalán es en un acto de suprema cobardía, acorde con su personalidad timorata, retraída, que en demasiadas ocasiones roza la pantomima.

Desbordado por las circunstancias, Puigdemont está dando manotazos de ahogado porque en el mejor de los casos, si libra la orden de detención internacional de la Fiscalía española, el destino le depara en Bélgica un prolongado exilio que probablemente hará de él un actor prescindible del proceso soberanista entre sucesivas ruedas de prensa que acabarán enmoheciéndose con el paso del tiempo.

Mientras tanto, el encarcelamiento de los líderes del independentismo oficial agranda todavía más el desgarro catalán, enciende indignidades en muchos ámbitos del resto del territorio español y perfila un paisaje realmente endiablado para este país de países.

La legalidad no siempre casa con la legitimidad. Sólo hace falta mirar por el retrovisor de la historia; y, desde luego, no hay convivencia en este mundo que prospere a golpe de represalia.

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