México tembloroso, México insurgente...

Acabo de regresar a una España temblorosa, tras dos semanas en un México que también tembló. Pero obviamente hay diferencias sustanciales, porque en el primero de los casos el terremoto con epicentro en Cataluña era perfectamente gestionable si hubiera habido voluntad para ello, mientras que en México las sacudidas son imprevisibles, sorpresivas, inabarcables.

Esta vez, y debido a la cercanía del epicentro, el terremoto se anticipó incluso a las potentes sirenas que suenan en el D.F. (disculpen, prefiero estas siglas a las de "Ciudad de México"), cada vez que la tierra se estremece. La alarma sísmica concede unos preciosos segundos de ventaja a los que la escuchan, sencillamente porque pueden en la mayoría de los casos dejar atrás el inmueble y esperar el fenómeno a la intemperie, que siempre traumatiza, pero menos.

Quiso el azar que el cataclismo sucediera el mismo día, 19 de septiembre, en el que se produjo la tremenda sacudida de 1985. Y en ambas ocasiones experimenté el fenómeno en primera fila: entonces en la colonia Roma Sur y ahora en La Condesa. Les dejo las deducciones…

Pasado el susto, mayúsculo, regresó la vida a México, primero tímida, luego arrolladora, contagiosa finalmente a pesar del dramón que cayó como del rayo, no sólo en el Valle. Y con ella, llegó también ese vuelco de solidaridad que atrapa a todos sin distingos, desde los más pudientes hasta los más menesterosos. Todos iguales en la adversidad. Estampa más que nutritiva; esperanzadora. Confiable.

El objetivo de mi viaje era participar en un curso sobre la Unión Europea y el Brexit organizado por el Instituto Universitario Ortega y Gasset de México. Lamentablemente, tuvo que suspenderse, porque la sede está ubicada en una de las zonas donde el seísmo español, o el sismo mexicano, se empleó con más virulencia para cobrarse centenares de víctimas.

Pero la estancia en esas tierras fue igualmente enriquecedora. Tuve la ocasión de estar con la gente que me mueve, en circunstancias muy difíciles, desgarradoras, lo que comportaba un plus emocional, sentimientos a ras de piel, plática con ancla, hermanaje. Más querendones que de costumbre, que es mucho decir cuando hablo de mis mexicanos preferidos.

Siempre he creído que el misterio cotidiano es una poderosa fuente de motivación, porque cosquillea el riesgo, mueve a la aventura, espolea las hormonas, nos acerca en suma.

Por el contrario, los días certeros, cartografiados, procuran el acomodamiento, el letargo, que sólo unos pocos logran aprovechar con creces entre tanta lectura plana de la realidad como la que nos ocupa en estos momentos.

En otras palabras, despertar sin saber cómo va a concluir la jornada, es un estímulo para los sentidos, algo inapreciable. Nos regresa a nuestros orígenes más atávicos, nos vuelve vulnerables, nos desnuda por defecto, aunque por momentos, muy puntuales, nos haga temerosos. Y hablo con plena conciencia de las fatales estadísticas que arrojó el temblor.

Levantarse cada mañana con la hoja de ruta perfectamente trazada, con las horas domesticadas, planificado el itinerario es definitivamente más desalentador. Y son muy pocos los que logran escapar de esta modorra paradójicamente conquistada en algunas zonas del planeta.

Tembló en ese México tantas veces insurgente y me sentí arropado. Vivo, en todas y cada una de sus calles. Con el trasfondo de la tragedia, que fue mucha. Al igual que lo fue la recompensa. Gracias.



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