El último manotazo de Trump

Estados Unidos no puede tratar a Cuba como si fuese un país subordinado. Pero es lo que ha venido haciendo históricamente, sobre todo desde que decretó el embargo para acogotar a la población isleña y desnaturalizar el proceso surgido con la revolución de 1959, invasión fallida incluida.

Muchos de los tímidos gestos aperturistas de Barack Obama se han ido al traste después de que Donald Trump decidiera cerrar el grifo y presionar todavía más a La Habana para que avance en la dirección correcta, que es ni más ni menos que la que Washington establece conforme a sus intereses geoestratégicos.

El implacable asedio de Estados Unidos a Cuba contrasta con la benevolencia con la que este país y sus aliados observan otras realidades mucho más ruines, injustas y opresoras; pero esos regímenes no cuestionan el sistema prevaleciente, con lo que tienen garantizada la barra libre por más barbaridades que cometan.

Los tantos amantes de la democracia tampoco movieron un dedo para mejorar la situación de países como España, Chile o Argentina, que padecieron en su momento dictaduras oprobiosas; no en balde, los respectivos tiranos aceptaban de buen grado las reglas del juego capitalista, lo que les granjeó la indulgencia de la potencia hegemónica y adláteres .

Por el contrario, su perpetua insumisión, su antipatía por el imperio y sus experimentos revolucionarios a 90 millas de las costas de Florida, han convertido a Cuba en uno de los enemigos predilectos de Estados Unidos, cuya injerencia despunta mucho más agresiva bajo el mandato del presidente Trump.

Las carencias y restricciones del sistema cubano son muchas; pero también hay que resaltar sus logros, especialmente en sanidad y educación en una América Latina que mayoritariamente no hace más que menguar.

En ese deprimido contexto, cualquier alternativa resulta poco prometedora para la isla caribeña.

La soberanía de Cuba no admite tocamientos de ningún tipo, por lo que corresponde a los cubanos, y solo a ellos, configurarse como colectivo.

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