Enfría Europa su relación con EEUU

Por primera vez en décadas, Europa recela del que hasta ahora ha sido su principal y más potente aliado internacional. La desconfianza ha aflorado con motivo de la cumbre del G-7 y la reunión de la OTAN, en las que el presidente de EEUU afeó por enésima ocasión la conducta de la mayoría de los países europeos por no aportar fondos suficientes a esta organización militar.

Ciertamente, el mayor peso financiero de la OTAN recae sobre los hombros de EEUU, que no en balde es la nación que gestiona los mayores contingentes de tropas desplegadas en el planeta y el que dicta en última instancia el rumbo guerrero que hay que seguir cuando la realidad apremia, con el beneplácito del grueso de la opinión pública estadounidense que comparte valores patrióticos a la hora de atajar las amenazas externas o intervenir en cualquier conflicto que pueda socavar los múltiples intereses de la potencia hegemónica.

En Europa, por el contrario, se ha ido instalando en prácticamente todos los estratos sociales una conciencia pacifista que cuestiona de raíz las grandes inversiones en defensa a despecho de otras áreas de la administración, especialmente cuando hay prioridades sociales que atender en estos tiempos de crisis.

La mayoría de los ciudadanos europeos no admiten que se lleven a cabo recortes en partidas básicas como educación o sanidad, mientras se incrementan los presupuestos militares o las dotaciones de armamento. Y de ahí que el desprestigio de la OTAN se haya acentuado, a pesar de que modificó su hoja de ruta para intentar legitimarse y batallar más eficazmente contra terrorismos de muy distinto signo. Todo ello después del fin de la Guerra Fría, que fue su principal sustento ideológico.

Los gobiernos europeos son conscientes del rechazo que amplias capas de la población profesan hacia el modelo castrense, tanto en los nórdicos donde el predominio del pensamiento civil es casi absoluto, como en los de la ribera del Mediterráneo que siguen sufriendo una crisis financiera que ha provocado numerosos recortes sociales y en los que cualquier engorda sustancial de los presupuestos de defensa podría generar reacciones airadas entre los afectados.

El visceral discurso de Trump y su pragmatismo a ultranza no contribuyen al acercamiento entre EEUU y una Europa que cuenta con opiniones públicas cada vez más antimilitaristas y que se muestran poco dispuestas a financiar intervenciones bélicas allende sus fronteras, con independencia de la peligrosidad del adversario.

Así lo atestiguan las fuertes protestas sociales que se produjeron en el Viejo Continente con ocasión de la invasión a Irak o el bombardeo a Serbia por parte de la OTAN, luego de que ésta promoviera una campaña de descalificación del país balcánico basada en la propaganda con el fin de justificar su intervención más allá de los excesos en los que incurrieron las autoridades de Belgrado.

La advertencia reivindicadora lanzada por la canciller alemana Angela Merkel tras la cumbre del G-7 (“Europa debe valerse por sí misma”), confirma el progresivo distanciamiento entre Bruselas y Washington; no sólo en materia de defensa.

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