Cargar contra Irán es algo más que una imprudencia

A pesar de la insistencia de Donald Trump en criminalizar a Irán por su empeño desestabilizador y su respaldo a movimientos subversivos que operan en Medio Oriente, lo cierto es que históricamente existen demasiadas complicidades y retortijones en esa zona como para que alguien haga señalamientos exclusivos.

El régimen iraní tiene muchas carencias, pero no representa a una pandilla de desalmados obsesionados con resquebrajar la región a golpe de hachazos, a pesar de su tradicional apoyo a los grupos violentos que desde Líbano o Palestina actúan contra Israel, acciones terroristas incluidas, y que se nutren mayormente de la degradación generalizada a la que han contribuido todos los actores sin excepción.

El interesado y artificial mapeo de Medio Oriente por parte de las antiguas potencias coloniales, la falta de voluntad para alcanzar acuerdos duraderos, la desproporcionada beligerancia de Tel Aviv y el ninguneo que sufren los palestinos, incluida la humillación de los que residen en los territorios ocupados y que al día de hoy padecen el hostigamiento de los sectores extremistas judíos que siguen invadiendo sus parcelas, son factores todos ellos que han contribuido al envenenamiento del vecindario.

Teherán tiene un alto grado de responsabilidad en el acoso a Israel, pero juega asimismo un papel primordial a la hora de frenar los ímpetus guerreros del Estado Islámico (EI) que, con su fanatismo militante, se ha convertido en un adversario capaz de poner en jaque no sólo la seguridad de Oriente Medio, sino también la de los países occidentales.

No en balde, el EI amenazó el pasado mes de marzo con destruir a Irán por su “generoso” apoyo a los gobiernos de Siria e Irak y a grupos chiitas en Yemen, en un video propagandístico que difundieron varias webs islamistas.

La realidad de Medio Oriente es de una complejidad extrema, por lo que cualquier lectura unidireccional de la misma responde necesariamente a fines propagandísticos.

Pero Trump parece ser un ignorante en materia internacional e imagino que poco presto a escuchar a sus asesores más templados, especialmente si éstos le contrarían.

Sólo así se entiende su simplismo cuando sentencia: "Todo lo que está ocurriendo en Siria es culpa del régimen iraní", obviando el millar de infracciones que con motivo de esa guerra civil se reparten también, y casi a partes iguales, Rusia y Estados Unidos, con la colaboración de sus respectivos aliados locales y foráneos.

La cerrazón de Trump se alinea con la de Israel que, tras la debacle de Siria, tiene en Irán a su peor enemigo, debido al enorme potencial de fuego de la nación persa que mantiene al alza su retórica agresiva en contra del Estado judío.

Por lo demás, resulta extravagante que Trump invoque el sabotaje a Irán por sus fijaciones subversivas precisamente en un país como Arabia Saudí, cuyo basamento político descansa en los mandamientos del muy ortodoxo wahabismo y la aplicación estricta de la Sharía (ley islámica), y que está considerado por los expertos como uno de los máximos promotores del fundamentalismo musulmán, tanto en términos pedagógicos, como financieros. El país de los jeques constituye una de las monarquías absolutas más opresivas del mundo, en la que mujeres y gays tienen sus derechos amputados, como otras tantas minorías.

Establecer alianzas con Arabia Saudí y vender a sus líderes armamento previo pago de cantidades multimillonarias, como acaba de hacer Estados Unidos, es una provocación en toda regla que adquiere todavía más sonoridad cuando se recluta a Riad para emprender la ofensiva contra Irán, un país teocrático, con escasas bombillas democráticas, pero que cuenta con respiraderos civiles, elecciones incluidas, en contraste con el asfixiante desierto saudí.

Por todo lo anterior, el entendimiento con Irán para que se sume buenamente a los esfuerzos de pacificación de Medio Oriente, rebaje el tono de su cancillería y deje de financiar acciones terroristas contra Israel, se impone como un objetivo prioritario de las diplomacias occidentales lideradas por Estados Unidos.

Para ello, Tel Aviv tendría también que rectificar su rocosa hoja de ruta; y, desde luego, todos deberían ceder posiciones y dejar atrás los discursos incendiarios que sólo conducen al atrincheramiento y soliviantan aún más al condominio.

No obstante, el pronóstico respecto al futuro que le espera a Medio Oriente es muy poco halagüeño. Lamentablemente, sigue imperando allí una voluntad fratricida que se alimenta de un odio perfectamente trabajado y para el que no faltan suministros ni altavoces.

Todo ello con la venia de las grandes potencias, que han buscado casi siempre rentabilizar destrozos y divergencias antes que intentar reparar las múltiples fracturas habidas en la zona.

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