¡Viva la República!
Hay periodistas que deberían dejar de escribir para no embarullar
más de lo debido; es el caso de Jorge M. Reverte. No sé de qué privilegios goza
para figurar en la página web de El País con relativa frecuencia. Pero sí sé
que sus textos flojean en exceso.
En mi entorno ya no queda gente viva que pudiera contar sus
experiencias de aquel día de júbilo y de liberación. El 14 de abril de 1931,
hace la friolera de ochenta y seis años, España, comenzando por Éibar, se
declaró republicana, poniendo fin a muchas décadas de corrupción y decadencia.
Alguno de los que yo conocí sabían identificarse entre el gentío que se veía en
las fotos de la Puerta del Sol de Madrid. Era un orgullo que no tenía contestación
posible, porque era imposible discernir en aquel tumulto los rostros de los que
se subían a las farolas de la plaza. Bastaba para alumbrar el alma del curioso
reconocer los rasgos faciales de Niceto Alcalá Zamora y su compañía.
Uno de los últimos se refiere a la República española. Y en
él se incluye esta estupidez en un día tan señalado como el 14 de abril:
"Hoy el ideal republicano admite incluso la presencia de un rey que
respete escrupulosamente la Constitución. No se trata de un régimen específico
sino de un sistema no sólo respetuoso sino beligerante a favor de la libertad,
la igualdad y la fraternidad entre los ciudadanos".
Y agrega otra idiotez cuando califica de secesionismo
suicida el proceso independentista catalán.
A mí tampoco me gusta, porque en los nacionalismos confluyen
ideologías contrapuestas. Pero el desafío de Cataluña responde a variables muy
complejas, que hay que seccionar a fondo.
Sencillamente, Reverte tontea o no se entera o no se
documenta o no incide, que todo es lo mismo.
La proclamación de la República exige, reclama, la desaparición
del monarca y sus adláteres, que deben abandonar el escenario. Sin matices, sin
posibilidad de regreso. No hay de otra.
Compaginar la Monarquía con la República es de una
estulticia suprema, que es a lo que se suele dedicar Reverte cuando factura muchos de sus
textos. Aun así, adjunto su más reciente entrega.
Jorge M. Reverte (El País)
La República
Aunque no guste a los nacionalistas, supone elegir la unión
federal frente al secesionismo suicida
Con los testigos directos del acontecimiento se han ido
esfumando los contenidos concretos del cambio de civilización que vivía nuestro
país en aquellos días. Poco a poco la República ha ido convirtiéndose en una
abstracción, llena de sugerencias, eso sí, al estilo de lo que los franceses
resumen en su trilogía de Libertad, Igualdad y Fraternidad. Hay, aunque se
ignore, muchos franceses que no se reconocen en esas tres palabras, como los
hay que niegan la colaboración francesa con Hitler. Pero no son la imagen que
tenemos de nuestros admirables vecinos. En España, declararse republicano era y
sigue siendo definirse como un ferviente partidario de las tres palabras.
También, a pesar de que no les guste a los nacionalistas, supone tomar partido
por la unión federal frente al secesionismo suicida.
Hoy el ideal republicano admite incluso la presencia de un
rey que respete escrupulosamente la Constitución. No se trata de un régimen
específico sino de un sistema no sólo respetuoso sino beligerante a favor de la
libertad, la igualdad y la fraternidad entre los ciudadanos.
Los republicanos, sin embargo, no abundan en la franja
derecha de nuestro espectro político. Es algo raro, y se puede ver cómo, por
ejemplo, en Estados Unidos, la derecha puede defender la libertad con el mismo
ahínco que su pellejo. La derecha española sigue, no se sabe por qué, apiñada
en torno al pasado que representan los fascistas que acabaron con la República
tras una cruenta guerra de tres años.
Quizás el apego de la mitad del país por el autoritarismo de
Franco y sus secuelas tenga que ver con que la República tuviera en realidad
muy pocos apoyos, salvando a los partidarios de Azaña y unos pocos socialistas.
Pero hoy ya no necesita la derecha ese reconocimiento. Ya nadie del partido que
fue de Aznar siente repugnancia por defender la libertad. ¿No?
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