La perniciosa mitificación del trabajo

El paro en España es tan grave y está tan extendido que la mera posibilidad de trabajar se considera desde hace tiempo como un premio mayúsculo, al margen de la calidad del empleo, de su remuneración y de su temporalidad. Por supuesto, tampoco se tiene en cuenta si el puesto de trabajo conseguido cumple con las expectativas del contratado o si se corresponde con su formación.
Lo que verdaderamente importa es que el agraciado ingrese unos cuantos euros al mes y se sienta socialmente útil, productivo, más allá de las frustraciones que vaya acumulando con el transcurso de los años como consecuencia de su precariedad laboral.
El sistema capitalista propicia la sublimación del trabajo en estado bruto, lo alza a los altares, convirtiéndolo en un valor absoluto al que todos deben aspirar, sin matices ni letra pequeña que valgan, porque lo que cuenta es el mazazo puntual de la estadística, la creación de empleos y su propaganda estimulativa, la cantidad y no la calidad de los operarios.
Lamentablemente, esta mitificación del trabajo ha calado en buena parte de la ciudadanía estigmatizada que, con tal de abandonar la fila de los excluidos, se presta a la explotación de buen grado, compitiendo por las migajas y legitimando con ello la cada vez más degradante oferta del mercado laboral.
Cuanto más estrecho es el cuello de botella para acceder a un trabajo, más engorda la apetencia del demandante y mayor es la sumisión civil en general.
En definitiva, otro bucle perfecto que garantiza el supremo bienestar de la nomenclatura que nos manda.

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