España: el paraíso de los todólogos
No conozco ningún otro país donde exista tan elevado número
de todólogos como en España, donde un día y otro pontifican sobre lo divino y
lo humano. Con la mano en la cintura, estos neopredicadores, sobre todo periodistas, se atreven a diseccionar las realidades más variopintas del planeta,
sin que importe su complejidad. Para ello, suelen echar mano de los tópicos y de los
resúmenes de internet que aderezan con alguna que otra ocurrencia.
No hay límites para la sapiencia de los tertulianos, ya se trate de una huelga en el sector naval español, el conflicto sirio, la campaña electoral francesa, los episodios de violencia en México o la descongelación del ártico. No importa, para todos estos temas siempre hay disponibles unos cuantos comentarios por los que sus hacedores reciben jugosos honorarios. Muchos de ellos colonizan la prensa escrita con idénticos propósitos, ya que no pocos de sus textos parecen cocinados al vapor, por lo que aportan poca sustancia.
No hay límites para la sapiencia de los tertulianos, ya se trate de una huelga en el sector naval español, el conflicto sirio, la campaña electoral francesa, los episodios de violencia en México o la descongelación del ártico. No importa, para todos estos temas siempre hay disponibles unos cuantos comentarios por los que sus hacedores reciben jugosos honorarios. Muchos de ellos colonizan la prensa escrita con idénticos propósitos, ya que no pocos de sus textos parecen cocinados al vapor, por lo que aportan poca sustancia.
Para mayor escandalera, también los conductores radiofónicos
editorializan a cada rato. El último en hacerlo, Carlos Herrera, un personaje
locuaz, muy de derechas, muy paleto, muy señorito andaluz que, en su
más reciente pispás de quince líneas, resumió al micrófono el alcance del
referendo en Turquía que otorga poderes todavía más excepcionales al
presidente otomano.
Al igual que sus homólogos, Herrera, siempre pródigo en
calificativos y sandeces, se encuentra a sus anchas en este paraíso de los
todólogos que se llama España y en el que los predicadores de salón cuentan con
una audiencia abrumadora, porque el aborregamiento de buena parte de la
población está en consonancia con la sinvergonzonería de la que hacen gala casi
todos los líderes mediáticos cada vez que parlotean y extienden luego la mano
para cobrar por sus imposturas.
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