México se desmorona

El deterioro político y social remite a una situación de extrema gravedad en México.

La violencia y la inseguridad se han incrementado en los últimos dos lustros hasta alcanzar niveles insoportables para cualquier colectivo, poniendo incluso en peligro la libertad de información debido a las prácticas intimidatorias que tienen una de sus versiones más fúnebres en la ejecución de periodistas.

No se trata sólo de las pilas de cadáveres que dejan como saldo los continuos choques entre narcotraficantes, sino del registro in crescendo de miles de desaparecidos y asesinados por el crimen organizado, muchas veces en connivencia con las autoridades locales.

El goteo de muertos es tan incesante que está logrando desviar la atención que exigen otros problemas de importancia capital, como la pobreza, la desigualdad social y la corrupción que habita también en territorios ajenos a la política y al trapicheo empresarial.

En este perjudicado contexto donde la impunidad campa a sus anchas, el descrédito de partidos e instituciones amaga con afincarse en una sociedad sumamente estresada, que encuentra muy pocas dosis de alivio en su quehacer cotidiano.

El Gobierno mexicano, en su arraigada costumbre de ningunear las realidades que le son adversas, insiste en que el fenómeno de la violencia está focalizado a pesar de sus efectos contaminantes y las implicaciones de la barbarie en la disfunción orgánica del país.

El proceso de menoscabo en el que se halla enfrascado México afecta incluso a uno de sus baluartes históricos. La política exterior que antaño le procuró prestigio, distinguiéndole como un actor con principios, empaque diplomático y cintura internacional, se muestra desfallecida y sin rumbo.

Las cifras queman, por lo que al país latinoamericano le urge una terapia de choque que debería ser ampliamente consensuada, tan integral como tenaz, si se pretende frenar una degradación con enorme calado y que se ha extendido como las enredaderas.

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