El incomprensible narcisismo español

España es un país especialmente engolosinado, sobre todo desde que accedió al club de las democracias europeas y decidió ningunear cualquier pasado que empañara el único espejo que le permitía agradarse. La transición que siguió a la dictadura franquista se vendió a los cuatro vientos como un dechado de perfección, cuando en realidad era un modelo inacabado que derivó en una democracia insuficiente.

Aun así, los sucesivos gobiernos de izquierdas y de derechas se empeñaron en endulzarla para que sirviera de guía a cuanto país se propusiera salir airoso del oscurantismo. Obviamente, la propaganda nunca caló en los círculos que realmente cuentan. Prueba de ello es que España sigue sin ser admitida en las ligas mayores, a pesar del empeño de sus gobernantes por estar presentes en cuanta cumbre se convoque a nivel planetario.

En su delirio de grandeza y falta de educación elemental, llegó incluso a alardear de sus logros económicos frente a algunos de los países de la Unión Europea (UE) que, con sus aportes presupuestarios, habían permitido a España salir del subdesarrollo franquista.

La España subvencionada se jactaba de sus avances ante los mismos contribuyentes netos que hicieron posible su despegue y que en ciertos casos, como el italiano, han visto disminuido su pedigrí en los últimos años.

Ahora, España vuelve a las andadas y se pasea en faralaes por medio mundo como el país que evitó el rescate de la UE y logró superar la crisis a golpe de seriedad y perseverancia para que su PIB creciera unas cuantas décimas por encima de la media europea.

Sin embargo, la realidad hispana muestra una catástrofe social sin precedentes en las últimas décadas, con un desempleo tan abultado como sistémico, con la sanidad y la educación públicas amenazadas, con una precariedad laboral extendida a lo largo y ancho del país y con una economía primaria, basada en productos hortofrutícolas y servicios de hostelería porque el tejido industrial que sobrevive, y lo dicen los expertos, depende en gran parte de aparatos productivos foráneos, mucho más potentes.

Siempre he creído que España es un país fallido, incapaz de alimentar su imaginario colectivo. Por ello, le urge cuanto antes tumbarse en el diván para hablar a calzón quitado de sus cuitas.

Pero no lo hará.

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