Estados Unidos no es país para socialistas

Berni Sanders no consiguió abanderar a los demócratas en las últimas elecciones estadounidenses. Las reglas del juego favorecieron desde el principio a Hillary Clinton, una candidata extremadamente correcta, incapaz de irradiar esa incomodidad que transmitía en todas sus comparecencias el senador por Vermont, al que muchos demócratas repudiaban por su osadía y su perfil socialista, excesivo para la contención ideológica que distingue al partido de Barack Obama desde sus orígenes.

Sanders era la bacteria, el elemento revoltoso de ese establishment en el que Hillary se halla confortablemente instalada junto a su marido, mucho antes de que éste fuera elegido presidente de los Estados Unidos.

Y de ahí que las propuestas, puyas y denuncias del veterano político, que encandilaban sobre todo a los jóvenes, generara demasiados salpullidos entre las clases pudientes y perturbara sobremanera a los guardianes del sistema.

Por todo ello, Sanders naufragó en las primarias de las que Hillary salió como candidata del partido demócrata para ser derrotada por el inefable Donald Trump que, a pesar de sus explosiones, es un conservador plenamente integrado al tinglado que ha hecho posible su magnífico bienestar.

Por ello, el magnate siempre acabará actuando a nivel orgánico como un glóbulo blanco; lo mismo que Hillary.

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