No hay muerte que redima

“En el momento en el que una persona fallece, las opiniones desaparecen y quedan al margen”, dijo el diputado socialista Eduardo Madina a propósito del repentino fallecimiento de la ex alcaldesa de Valencia y senadora del derechista Partido Popular (PP), Rita Barberá, una política cuestionada por su falta de ética, imputada por corrupción y excluida de su partido y que, a pesar de los pesares, el Congreso español homenajeó con un minuto de silencio.

Los diputados del antiliberal Podemos se ausentaron del hemiciclo por considerar que Barberá no merecía tales honores. Y fueron criticados por ello.

Al contrario de lo que piensa el diputado Madina, sujeto orgánico donde los haya, las opiniones fundamentadas deben prevalecer en cualquier circunstancia, incluso en la más extrema.

La muerte de alguien puede ser motivo de pésame, pero no exime al afectado de ninguna de las tropelías que haya cometido en vida. En el caso de Barberá, me parece que no hay condescendencias que valgan, aunque algunos se empeñen en el borrón y cuenta nueva con motivo de su fallecimiento.

En España existe la hipócrita costumbre de santificar al finado, aunque su biografía esté repleta de manchones.



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