El islamismo y sus contradicciones

Es obvio que la inmensa mayoría de los musulmanes rechaza el uso indiscriminado de la violencia para hacer valer sus banderas. Pero también resulta evidente que la religión del Islam se ha convertido en una fábrica de fanáticos dispuestos en el nombre de Alá a cercenar las cabezas de todos aquellos que responden a la condición de infieles.

Ninguna otra religión genera tal grado de enajenación entre sus seguidores más tenaces, ni sienta las bases –malinterpretadas o no- para remachar la denigración de las mujeres o la criminalización del colectivo gay, por citar sólo dos ejemplos clamorosos.

Los expertos subrayan que El Corán predica lo contrario de lo que defienden los yihadistas. Y quizás estén en lo cierto. Por lo que habría que preguntar por qué el libro sagrado de los musulmanes se presta a traducciones tan detestables como las que animan a inmolarse en aras de la divinidad, vejan a la mujer por su condición de tal o castigan cruelmente la diversidad sexual.

Desde mi modesta opinión, una religión que obliga a rezar cinco veces al día para poner a prueba la lealtad del creyente, sólo puede promover a la larga la alienación de quienes la profesan, en mayor o menor medida.

El cristianismo y el judaísmo, las otras dos grandes religiones monoteístas, son igualmente castrantes para cualquier espíritu libre; pero dejaron atrás el expansionismo militante que las caracterizó durante siglos y actualmente sus manifestaciones más fundamentalistas se ciñen al ámbito de las sectas.

Su marginación de la mujer o las ofensas a los homosexuales apenas trascienden hoy en día los recintos religiosos más rancios después de que buena parte de la sociedad civil, creyentes incluidos, haya cuestionado tales principios presionando así a los dueños de iglesias y sinagogas para que dejaran de exportar su comportamiento discriminador, algo que no ha sucedido en el mundo islámico.

Efectivamente, las causas de la violencia yihadista son múltiples y profundas, incluidos los desmanes políticos y guerreros que han llevado a cabo las potencias occidentales en Medio Oriente desde la época colonial.

Pero los musulmanes harían bien en reconocer de entrada que muchas de sus tradiciones no cursan con sociedades libres, que algunas de sus prácticas cotidianas están reñidas con el progreso del colectivo y que, además, constituyen un abrevadero para los más exaltados.

El respeto absoluto y sistemático de las tradiciones, con independencia de su origen y por el mero hecho de que éstas hayan sobrevivido al paso del tiempo con el aval de sus respectivas sociedades, no es un síntoma de tolerancia, sino de falta de criterio. No todas la culturas son nutritivas; ni mucho menos.

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