Erdogan, bajo permanente sospecha

El presidente de Turquía Recep Tayip Erdogan es un político poco confiable, que abusa de los preceptos religiosos y de la demagogia para cosechar a su antojo en un país donde los discursos emocionales encuentran todavía acomodo.

Erdogan es también un dirigente que permanece bajo sospecha por su reiterada vocación autoritaria que, antes de la intentona golpista, melló la libertad de prensa y condujo a la cárcel a centenares de opositores.

El amago militar está sirviendo para que el presidente turco modele un país a la medida de sus necesidades, utilizando en beneficio propio las consignas de una masa exaltada y con brotes fundamentalistas.

“Aunque en estos momentos sea lo menos correcto políticamente que se pueda decir, el resultado del golpe de Estado en Turquía no supone un triunfo de la democracia, como de forma prácticamente unánime están manifestando los distintos organismos internacionales, gobiernos europeos y partidos políticos, incluidos los españoles”, señala Manuel Martorell en la web cuartopoder.

“No se puede confundir el rechazo a la intervención militar contra un gobierno legítimamente constituido con el apoyo a un proyecto político que nada tiene que ver con los valores democráticos, como está evidenciando la respuesta de Tayip Erdogán a la intentona golpista al hacer saltar por los aires la independencia entre los distintos poderes del Estado”, agrega el especialista.

Ciertamente, las credenciales democráticas de Erdogan son más bien escasas. Sin restar méritos a su difícil tarea de mantener a Turquía a las puertas de la modernidad sin renunciar a sus señas de identidad seculares, es necesario subrayar que su mandato se ha distinguido más por sus destellos autoritarios y represivos que por su espíritu incluyente.

El problema con los kurdos, a los que Erdogan niega derechos ancestrales, las arremetidas del yihadismo en suelo turco y la inestabilidad generada por una intentona golpista que está dejando posos de revanchismo en las dos facciones, augura tiempos extremadamente complicados.

Las autoridades de Ankara provocan un recelo generalizado entre los socios de la Unión Europea (UE), a la que pretende sumarse a pesar de sus muchas carencias institucionales. Parte de esa desconfianza se nutre del agitado historial del país euroasiático, de mayoría musulmana y que se halla lejos de consolidarse democráticamente a pesar de los avances registrados en los últimos años.

El enclave de Turquía en una zona hiperconflictiva, su rol de muro de contención del islamismo radical, su pertenencia a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y su relevante papel en la vergonzosa retención de los últimos flujos migratorios hacia Europa, son las bazas que el Gobierno de Ankara ha buscado rentabilizar en sus relaciones con la UE.

Pero las asignaturas pendientes siguen pesando mucho más que las materias aprobadas, sobre todo tras la intentona golpista que se perfila como la mejor coartada para que Erdogan avance en sus pretensiones de blindar su presidencia, controlar todavía más a los poderes del Estado y al sector mediático inconforme y someter a la disidencia más activa y beligerante.

Parece cantado, tal como ilustra la foto, cuáles serán los rostros de los integrantes del nuevo gabinete de Erdogan.



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