Mazazo británico a la UE

El mero hecho de que se haya celebrado el referendo sobre el Brexit, con independencia del resultado adverso, es ya de por sí una pésima señal para el conjunto de la Unión Europea (UE), porque contribuye a reforzar la crisis de identidad por la que atraviesa el organismo.

El referendo inglés se produce además en un preocupante escenario: la extrema derecha y nacionalista, cuestionadora del espíritu de Bruselas, experimenta un notable auge en varios países, entre ellos Francia, considerada la principal valedora política de las instituciones de la UE.

Los resultados del referendo británico contrarios a la UE han sido celebrados por esta derecha talibán y pueden servir de guía para los gobiernos de los países más euroescépticos que se sentirán más tentados a partir de ahora a negociar beneficios unilaterales a cambio de no agitar la bandera separatista en las urnas, lo que podría reforzar el esquema de esa Europa de varias velocidades que se ha ido imponiendo para evitar un estancamiento generalizado en áreas como la seguridad (espacio Schengen) o la moneda única (euro) en las que no participan todos los socios de la UE.

Gran Bretaña se ha caracterizado desde su tardía incorporación a la UE en 1973 por poner obstáculos a cada rato al proceso de integración, descafeinando cualquier propuesta o ralentizando las decisiones comunitarias. El resultado del referendo a favor de abandonar la UE es la última consecuencia de su desafección hacia Bruselas, de la que Londres siempre ha desconfiado.

Al calor de la crisis económica, el sentimiento soberanista ha ido creciendo en UK, con su inevitable carga de xenofobia. Entre otras manías, la campaña del referendo puso todavía más al descubierto el rechazo de un importante sector de la población hacia la inmigración, incluida la europea, que consideran que es excesiva, que amenaza el empleo local y que está demasiado bien tratada por el sistema británico de subvenciones.

UK, que dispondrá de 24 meses para preparar su salida de la UE, no se incorporó al euro, ni a la unión bancaria, y tampoco participaba en el espacio Schengen ni en las políticas de asilo e inmigración comunitarias. Pero su salida es igualmente traumática porque, más allá de las consecuencias políticas y económicas, supone un mazazo al europeísmo.

Los ajustados resultados del Brexit retratan un país muy dividido entre los que votaron por abandonar la UE (51,9%), y los que apostaron por la permanencia (48.1%).

El partido gobernante conservador de David Cameron es mayoritariamente euroescéptico, y de ahí que alentara desde el principio el referendo, aunque más tarde se haya alineado con el fracasado Bremain luego de obtener de Bruselas, bajo amenaza de deserción, algunos privilegios, entre ellos una mayor autonomía política y financiera y la implementación de medidas que recortan las ayudas estatales a los migrantes europeos.

En definitiva, nos encontramos ante una UE que ha quedado muy tocada tras el desplante británico, sobre todo porque su proceso anémico está muy avanzado desde hace lustros.

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