La OEA: un juguete que nació roto

La Organización de Estados Americanos (OEA) se ha revelado siempre como una herramienta al servicio de los intereses de Estados Unidos, su principal patrocinador.
Sólo en casos muy excepcionales la OEA, una de las consecuencias tardías de la doctrina Monroe que desde el siglo XIX consagró la hegemonía de Estados Unidos en el llamado Nuevo Mundo, se ha mostrado como un organismo imparcial, dispuesto a velar por el bienestar del colectivo con independencia de los sesgos ideológicos de sus socios.
Ahora, la OEA se ha sumado a la ofensiva internacional contra Venezuela y su secretario general, el uruguayo Luis Almagro, le ha leído la cartilla al presidente Nicolás Maduro tras advertirle que se convertirá en un dictadorzuelo si impide el referendo revocatorio que promueve la oposición.
La respuesta de Maduro ha sido desmedida, fruto del desquiciamiento que afecta al país sudamericano cuyo derrumbe ha sido programado desde hace tiempo a nivel internacional por pujantes sectores neoliberales y pseudodemócratas, en conjunción con los poderes financieros y mediáticos; y, desde luego, con la ayuda del régimen chavista y sus errores de libro.
Son muchos los culpables de la extrema polarización sociopolítica que se vive en Venezuela, desde el oficialismo hasta la oposición, sin olvidar a la clase empresarial, y pasando por países como España o Estados Unidos que decidieron practicar una injerencia activa para menoscabar los cimientos del movimiento bolivariano.
Como en el caso de Cuba, la temprana desnaturalización de la revolución promovida por actores foráneos impide realizar una lectura limpia de lo que acontece en Venezuela. Lo que sí resulta meridianamente claro es la improcedencia de las críticas lanzadas por el dirigente de la OEA que debería adoptar una postura mucho más conciliadora, propiciando reencuentros entre el chavismo y la oposición y serenando las más que agitadas aguas diplomáticas con verdadero talante multilateral.
Sin embargo, Almagro ha optado por echar más leña al fuego venezolano contribuyendo con ello a un final que se antoja dramático, con independencia de la suerte que corra el Gobierno de Maduro que ensaya un error tras otro, sometido como está a un acoso perfecto. Almagro ha dilapidado con sus excesos verbales la escasísima credibilidad que le quedaba a una OEA que nació mediada.

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