Pedro Sánchez, el perfecto mareador de perdices
¿Pero alguien se cree que los modernos señoritos de
Ciudadanos, derechistas al fin y al cabo, van a firmar un documento con
contenidos progresistas y pensado para un auténtico cambio como se empeñan en
vocear los socialistas tras su pacto con este partido? Ciertamente, Albert
Rivera no es Mariano Rajoy y el discurso de Ciudadanos es más moderado que el
del Partido Popular (PP).
Sin embargo, la formación de Rivera se muestra reciamente
conservadora cuando se trata de defender la unidad a ultranza de España, las
esencias de la reforma laboral o los blindajes del Ibex 35, por no mencionar su
aversión hacia el mundo abertzale vasco y catalán o hacia el bolivarismo
venezolano. Fobias muy similares a las que se gasta el PP con algo más de traca.
Son pues razonables las negativas de Podemos e Izquierda Unida a sumarse al acuerdo entre el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y
Ciudadanos.
Por lo demás, los pactos transversales que ahora defiende el
líder del PSOE, Pedro Sánchez, sólo son alcanzables en países muy avanzados,
como Alemania, donde el colchón del bienestar social es lo suficientemente
grueso como para que no se produzcan estragos irreparables por el peso de
los neoliberales en el gobierno de coalición.
Evidentemente, no es el caso de España.
Sánchez se está revelando como un fullero consumado en su
obsesión de ser investido presidente, al acordar un programa de gobierno con la
derecha de Rivera e intentar al mismo tiempo, con documentos convenientemente parcheados,
seducir a la izquierda clásica y emergente para que se suba al trineo y apoye
su candidatura por activa o por pasiva.
Puesto a trampear, omitió en su discurso de investidura en el Congreso cualquier referencia a la supresión de las Diputaciones provinciales pactada con Ciudadanos y cuya desaparición armó un revuelo considerable en
algunas federaciones socialistas como la andaluza.
La alusión al fin de las Diputaciones figuraba en el guión
original que no fue el que leyó Sánchez finalmente en la tribuna en su afán de
no levantar en el auditorio más salpullidos que los estrictamente necesarios,
como corresponde a las maneras de cualquier socialdemócrata venido a menos.
Sus artes de prestidigitador quedaron en evidencia el mismo
día que después de haber sufrido la peor derrota del PSOE en las elecciones del
20 de diciembre, vendió los resultados obtenidos como si fueran la gran cosecha,
con la excusa de que podían haber sido mucho peores tal como estaba el patio.
Desde entonces, se pasea con unos aires triunfadores que
chocan con las carencias de su ajuar, se exhibe como el gran descubridor del
camino del cambio en España luego de sacarse de la chistera un pacto
transversal que crispa a todo el mundo parlamentario, ya que sólo convence a
Ciudadanos y a Coalición Canaria, que apenas tiene presencia parlamentaria.
Por todo ello, Sánchez no se merece subir de escalafón.
Lo inaudito es que haya llegado a la Secretaría General del
PSOE y que se mantenga en el cargo, aunque su fulgurante ascenso resulta
comprensible en un partido en cuyas cúpulas reina la mediocridad y que, desde
que perdió definitivamente el rumbo ideológico y le dio la espalda a la calle, se desmigaja lentamente, como lo
han atestiguado las urnas en las dos últimas elecciones generales.
Comentarios