Tarantino y el insoportable puritanismo de los demás
Pocas veces he leído un artículo tan mojigato como el que
firma en El País Jorge M. Reverte para arremeter contra QuentinTarantino por
insistir en su violento discurso cinéfilo.
Y lo hace con un razonamiento falaz. Para empezar, porque en
el terreno de la ficción cualquier apuesta artística es válida por más
escándalos que propicie y costuras que descomponga. Y para acabar, porque la ingrata
realidad se encarga de desmentir a cada rato a los que reniegan de plano de una
fogosidad que nos acompaña desde que empezamos a gatear.
La violencia está en el adn del ser humano desde antes de
que despuntara como tal y tiene algunas de sus más contundentes metáforas en el
combate por la supervivencia que libran a diario todas las especies; sin
excepción.
Otro asunto es que a la luz de las devastadoras guerras que
nos hemos traído entre manos desde que uno de nuestros antepasados descubriera
que las grandes quijadas también servían para aniquilar al contrario, nos
esforcemos en domesticar la violencia en aras del convivio y en conseguir que
las maneras civilizadas prevalezcan sobre las bofetadas a la hora de la
encrucijada.
La gazmoñería se ha instalado en muchas cabezas que rechazan
por deleznable el uso de cualquier violencia, con independencia de las
motivaciones que existan para su surgimiento y de las circunstancias en las que
se materialice.
Imagino que es porque en el fondo de sus corazoncitos no
desean que en ningún rincón del planeta se eche a perder esta maravillosa arcadia
en la que disfrutamos de un bienestar material y espiritual sin parangón, como
todo el mundo sabe.
Ávido de artistas ejemplarizantes, el autor del artículo abjura de Tarantino por perseverar en sus excesos como cineasta. Violencia gratuita y discriminada, lamenta Reverte.
Ávido de artistas ejemplarizantes, el autor del artículo abjura de Tarantino por perseverar en sus excesos como cineasta. Violencia gratuita y discriminada, lamenta Reverte.
Ni siquiera en el terreno de la fábula tiene cabida la
violencia como recurso narrativo cuando éste se vuelve sistemático, sugiere
Reverte en su artículo repleto de tópicos.
Sin embargo, etiquetar a Tarantino de promotor de la
violencia, es algo tan pudibundo y cateto como pretender acusar a Nabokov de
alentar el estupro o la pederastia en su Lolita novelada.
Reitero: las manifestaciones artísticas carecen de fronteras,
especialmente en la ficción. Y los que tratan de vallarlas son, sencillamente,
censores vocacionales, impulsores del analfabetismo funcional, aunque crean que
están contribuyendo a edificar una sociedad más amigable.
Sólo una mente obtusa o tenazmente escrupulosa, o ambas
cosas a la vez, puede plantar cara al intrincado fenómeno de la violencia en
unos cuantos párrafos.
Por lo demás, en lo personal considero mucho más indignante
y repulsiva la violencia soterrada, esa que está implícita en la cuenta de
resultados de los centros financieros o de las grandes multinacionales cuando
operan con fines exclusivamente lucrativos.
Puestos a atornillar, la misma acumulación de riqueza es un acto
terrorista en un planeta donde las carencias acongojan a la mayoría y arrastran
consecuencias letales para mucha gente.
El rechazo sin excusas a las acciones cruentas suele ser el
subterfugio por excelencia de los correctísimos, de los tolerantes a tiempo
completo, de los reaccionarios, que al fin y al cabo tanto montan, porque en
resumidas cuentas esa violencia que tanto escandaliza a las buenas conciencias
sigue siendo la única defensa costeable de muchos oprimidos y menesterosos en
este mundo tan jodidamente asimétrico.
Hay comportamientos de cuello blanco mucho más brutales que
los explícitos. Y hay violencias que sólo la violencia está en condiciones de
atajar, por más que a algunos les cueste asumir que el feudalismo se mantiene
vivo y coleando en no pocas latitudes y prefieran esperar ilusoriamente a que
llueva café en el campo.
Son multitud los pueblos que a lo largo de la historia han
recurrido a la violencia armada después de agotar todas las vías pacíficas para
reclamar la dignidad que echaban en falta. Y su causa sigue siendo una causa
justa, como tantas otras que no acaban de cuajar.
Pero en España se ha instalado la ñoñería desde hace tiempo;
fortalecida por una muy extendida indocumentación. Y de ahí que la mayoría de
los debates que se realizan sobre éste y otros temas resulten bobos o
insustanciales.
Con su descalificación de Tarantino, Reverte plantea una
reprobación mucho más genérica de la violencia. En su texto, está latente un
pacifismo imposible entre tanto apretón existencial y tantos horizontes que se
desploman con excesiva frecuencia a un palmo de las narices.
La provocación se ubica en las antípodas de la complacencia.
Y en un país acomodado en el buenismo, falsamente respetuoso, donde la
frivolidad cotiza al alza y escasean las voces trabajadas, yo prefiero mil
veces a los subversivos, vengan de donde vengan. Por lo demás, la historia que
realmente nos interesa está hecha a golpe de herejía.
En este almibarado contexto, Tarantino resulta
imprescindible: incontinente, transgresor, divertido y genial en cada una de
sus esperpénticas entregas. Y estos mismos valores que lo encumbran, son los
que actúan en demérito de sus detractores. En última instancia y pensando en la
audiencia más vulnerable, el espacio que media entre la butaca y la pantalla es
lo suficientemente robusto como para evitar esos fatales contagios de los que
advierte Reverte. Y si no se libran, será porque el espectador acudió a la sala
de proyecciones previamente infectado.
"Ahora se anuncia con gran difusión que los próximos
meses se va a estrenar una nueva historia de este cineasta. Y tengo que decir
que no me provoca la menor sensación de placer. Su estética de sangre y
violencia ha dejado de hacerme la menor gracia", sentencia Reverte.
Yo, por mi parte, seguiré recelando de los puritanos y
celebrando al Tarantino desmedido que en una reciente entrevista aportó algunas
frases esclarecedoras al responder a una pregunta sobre la posible relación
entre la violencia en el cine y la violencia en la sociedad.
“En los últimos 25 años, si hablamos de las sociedades
industrializadas, el cine más violento que existe es el de Japón, y, como
sabemos, tienen la sociedad menos violenta de todas”, alegó Tarantino.
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