Nadie dimite en el país de los políticos complacientes
Si España fuera un país con cultura democrática ya se habría
producido alguna que otra baja como consecuencia de los malos resultados
obtenidos por el Partido Popular (PP) y el Partido Socialista Obrero Español
(PSOE), en las elecciones del 20 de diciembre.
Sin embargo, no sólo no se ha registrado ninguna dimisión,
sino que los líderes castigados en las urnas, Mariano Rajoy y Pedro Sánchez,
reivindican sus magros resultados con la excusa de que los hados anticipaban
mayores descalabros.
Si la postura de Rajoy es cuestionable, la del dirigente
socialista resulta claramente reprobable. Sánchez no sólo asume sin despeinarse
el peor desenlace electoral en la historia de su partido, sino que amaga con la
reelección al frente del PSOE, mientras maniobra para intentar formar Gobierno
si Rajoy fracasa en su investidura presidencial como líder de la formación más
votada.
El gobernante PP ganó las elecciones con el 28. 7 por
ciento, aunque con 123 curules se quedó lejos de la mayoría absoluta cifrada en
176 diputados. Como consecuencia del castigo por los últimos cuatro años de carencias
y recortes derivados de la crisis económica, aderezados por la grave corrupción que
anida en el PP, la derecha española perdió más de 60 diputados desde las elecciones de
2011, por lo que Rajoy tendrá muy difícil ensayar un nuevo Gobierno.
Al PSOE de Sánchez le fue todavía peor en las urnas, al
lograr el 22. 01 por ciento que se traduce en 90 diputados, cifra que
representa una pérdida de 20 escaños en relación a las últimas elecciones
generales. Un fiasco del partido socialista que no admite paliativos.
El antiliberal Podemos, canalizador del espíritu de los
indignados y pilotado por Pablo Iglesias, obtuvo el 20. 6 por ciento y un total de 69 diputados
en un desembarco significativo de la izquierda emergente en el Parlamento
español, aunque esta formación se presentaba con otras marcas en Cataluña,
Valencia y Galicia lo que podría reducir su contundencia parlamentaria.
Ciudadanos, comandado por Albert Rivera y que representa a
una derecha más moderna que la del PP, pero igualmente conservadora, también
tuvo un buen estreno al acaparar el 13. 9 por ciento de los votos, lo que
implica 40 diputados.
Con estos resultados insuficientes, se imponen las
negociaciones en un parlamento fragmentado tras las elecciones más reñidas de
la última etapa democrática. Como candidato del partido más votado, Rajoy está
llevando la iniciativa de cara a la investidura presidencial que en primera
convocatoria requiere del aval de una mayoría absoluta que ninguna formación ha
sido capaz de extraer de las urnas.
Cualquier alianza, ya sea de derechas o de izquierdas,
tendrá por tanto un espinoso recorrido hasta que su candidato pueda optar a la
investidura con alguna probabilidad de éxito. Ninguna de las combinaciones que
involucran a los principales partidos es descartable. Como tampoco lo es
la convocatoria de elecciones anticipadas para la primavera de 2016, en el caso de que no
prospere la investidura presidencial.
El nuevo Gobierno, si finalmente nace, estará marcado por la
precariedad generada por sus dependencias parlamentarias y muy posiblemente
tendrá una breve legislatura, con independencia de su color ideológico.
Como partido ganador, el PP busca el respaldo de Ciudadanos
y PSOE que, con su apoyo o abstención, podrían facilitar la investidura
presidencial de Rajoy en las rondas en las que se necesita mayoría simple para
su nombramiento. No obstante, ambos partidos ya han advertido que se opondrán a
la investidura de Rajoy en la primera intentona que requiere de mayoría
absoluta en el Congreso de los Diputados; los socialistas, sobre el papel, amplían
su rechazo a sucesivas convocatorias.
Sánchez perseguirá un frente de izquierdas con Podemos que
haga posible su investidura presidencial si Rajoy no consigue encaramarse. Una
operación factible, aunque complicada en extremo porque si el PP y Ciudadanos
votan en contra del dirigente socialista, algo previsible, el PSOE tendría que
contar no sólo con el apoyo de Podemos, sino también con los votos de los
nacionalistas vascos y la abstención de los independentistas catalanes para llegar a la meta.
Por lo demás, Podemos ya ha advertido que no modificará su
demanda de autodeterminación en Cataluña en el contexto del proceso soberanista
que vive esta región, lo que obstaculizaría un pacto con el PSOE que defiende a
ultranza la unidad de España y al que le gusta pavonearse como partido sénior,
con profundo sentido de Estado. Sin embargo, cabe esperar nuevos
desplazamientos a medida que avancen los tiempos y se despeje el tablero que las dos formaciones de izquierda se están disputando en estas primeras horas de tanteo.
Parece inamovible la negativa de Podemos a la investidura de
Rajoy, tanto por activa como por pasiva; pero no se puede decir lo mismo del
PSOE, un partido que siempre se ha mostrado mucho más proclive a arropar al
establishment cuando éste flaquea.
Casi todo el mundo coincide en que unas elecciones adelantadas
ante un insuperable bloqueo parlamentario, servirían para radicalizar el voto,
lo que favorecería al PP y a Podemos y perjudicaría a Ciudadanos y,
especialmente, al PSOE que sigue arrastrando su falta de credibilidad ante los
electores, además de embarullarse en trifulcas internas propiciadas por unos
pésimos resultados que en cualquier país con verdadero talante democrático
habrían descabezado al partido responsable de la pifia.
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