Cataluña rompió la baraja...
Al calor de lo sucedido este 9 de noviembre en el Parlamento de Cataluña, donde se ha aprobado la declaración de independencia, soy de los que piensan que los catalanes deben pronunciarse
en las urnas para decidir su futuro. Al igual que las otras nacionalidades
históricas, País Vasco y Galicia, tendrían que cursar su derecho a la
autodeterminación.
Y creo además que el impulso secesionista en estos tres
casos se inhibiría sustancialmente ante la posibilidad real de ejercer la
soberanía plena, aunque esto es una hipótesis, claro.
En cualquier caso me gustaría ver el resultado del
pulso planteado en las urnas, como sucede en la envidiable Canadá y su
respondona Quebec. Pero a falta de esta alternativa, sólo cabe el respeto a la legalidad institucional que es la del Estado español. Si no nos satisface, es legítimo e incluso loable buscar un cambio, pero siempre dentro de los cauces establecidos.
Ignorar las reglas del juego que hemos decidido jugar cuando éste comienza a disgustarnos o no responde a nuestros intereses, sólo puede generar encontronazos y desconfianza.
Dicho esto, ¡vaya nivel de quinta el de los líderes
catalanes! casi todos, comenzando por la inefable Carme Forcadell que, junto a
los suyos, con aires de prima donna y saltándose todos los semáforos, interpreta
demagógicamente el 48 por ciento de los votos catalanes para traducirlo como
una rotunda apuesta independentista, como un mandato popular que hay que motorizar cuanto
antes y a despecho de la otra mitad del electorado.
Espero y deseo que esta controversia llegue a buen puerto.
Pero vislumbro que, en un país de catetos como el que nos
ocupa, la mediocridad de los políticos “españoles” sea directamente
proporcional a la de los políticos catalanes… unos con boina calada y otros con
barretina; igual de obtusos, me temo, igual de cejijuntos, por lo que cualquier
desenlace se antoja incómodo y embarullado.
Ojalá que no sea traumatizante.
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