La visita al Papa de un izquierdísimo

Siempre he tenido mis reservas hacia la figura de Andrés Manuel López Obrador, el político que lidera el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) y que buscará la presidencia de México en 2018.
Su discurso revanchista en un país con tantísimos desquites larvados, su provincianismo reforzado por su nulo interés por la política internacional, sus alardes de honorabilidad frente a la corrupción de todos los demás, el desprecio por principio hacia sus rivales, su enfermiza desconfianza hacia los medios de comunicación y su aceptación de las reglas del juego electoral sobre las que despotrica a cada rato, son algunos de sus inquietantes perfiles.
Fugado del Partido Revolucionario Institucional (PRI), reconvertido en izquierdista, antiguo jefe del Gobierno del Distrito Federal, finalmente se ha echado en brazos de la demagogia, santificando a cada rato a las clases oprimidas sin entrar a saco en la más que compleja y enredada realidad de México.
Cierto que su mermada capacidad de análisis se ve compensada por un verbo fluido y contundente a la hora de repasar los tópicos que gravan al país latinoamericano, desde esa actitud campechana que tanto agradecen los que tienen prohibido desde tiempos inmemoriales tutearse con los de arriba.
Puede que López Obrador sea un político realmente honrado, convencido de las bondades que predica, y hasta es probable que efectivamente le hayan despojado malamente de la victoria en las elecciones presidenciales de 2006 que ganó el panista Felipe Calderón de manera más que sospechosa.
Pero al líder de Morena le pierden casi siempre las formas; y a veces las torpezas. La última, la que cometió en su reciente visita al Papa Francisco a quien hizo entrega de una carta que el político mexicano, que reconoce abiertamente su catolicismo, tuvo a bien difundir por redes sociales en un claro guiño a los votantes creyentes que en México son multitud a pesar del militante laicismo del Estado.
“Busqué al Papa Francisco porque más allá de ser católico, de otra religión o libre pensador, es notorio que ha actuado de forma consecuente”, justificó luego de entregar a Francisco una misiva con párrafos tan simplistas como el que sigue:
“Por nuestra parte, le compartimos que continuamos trabajando para lograr una transformación que nos permite eliminar la corrupción política, que ha sido la causa principal de la desigualdad, de la pobreza y de la violencia que padecemos en México”, sentencia con su estilo reduccionista.
No procede publicitar la visita a Roma cuando se lucha con tanto ahínco contra los privilegios de las castas tradicionales, entre las que destaca por su credo puritano y su indecente riqueza la de El Vaticano, albergue de una curia que promueve la peor versión del cristianismo más allá de la hechura del Papa de turno.
Tampoco procede haber anunciado con campanillas la escapada cuando durante años López Obrador ha descalificado a los políticos que viajaban al extranjero por perder el tiempo en tours y descuidar las tareas nacionales.
Un gesto inoportuno el del político mexicano que debería haber manejado con mayor discreción su encuentro con el Pontífice.
Pero López Obrador, hombre de equipaje liviano, decidió propagar a los cuatro vientos un asunto que apenas tendría que haber trascendido.
Tras la inoportuna divulgación de la carta al Papa, el político mexicano se hizo merecedor de un alud de críticas provenientes de distintas trincheras ideológicas.

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