La imposibilidad catalana

Creo que la independencia de Cataluña no es factible en estos momentos, más allá de la legitimidad de la causa y de la retórica que se gastan las autoridades y líderes locales.
Está demostrado que en los casos de abierto conflicto soberanista (Quebec, Canadá) se antoja necesaria la mayoría cualificada de dos tercios para plasmar la independencia. Algo lógico si se quiere mitigar la fractura social o el trauma colectivo tras el paso por las urnas.
En Cataluña, los independentistas apenas rozan la mayoría absoluta en la mejor de las proyecciones.
Ciertamente existe un sentimiento soberanista en Cataluña, fruto del descontento y de la miopía de los Gobiernos españoles, tanto del Partido Popular como del Partido Socialista Obrero Español. Algo indudable. Pero el tema de fondo es que una declaración unilateral de independencia resulta ilegal en la actualidad conforme a la constitución española que no admite el derecho de secesión.
En lo personal me parece que en este tema, y otros asuntos de menor calado, los catalanes pecan de provincianismo y cándida autosuficiencia.
Botón de muestra: los comunicados que manda a la prensa nacional y extranjera la Asamblea Nacional Catalana, una de las organizaciones civiles proindependentistas con más eco callejero, son única y exclusivamente en catalán.
Pero ¿el objetivo de estos mensajes no es la difusión?. Pues parece que no. Ese es el perfil cateto de muchos abanderados soberanistas.
Más allá del inalienable derecho a la autodeterminación de las nacionalidades sin Estado el problema, reitero, es que la Constitución española no permite esta opción. Por supuesto, urge reformar la Carta Magna, no sólo en materia autonómica, aunque esta asignatura pendiente es harina parlamentaria con todo el protocolo que conlleva.
Si uno decide sentarse a la mesa para disputar la partida, debe aceptar las reglas del juego. Si no, mejor la patada al tablero, algo que no hacen los independentistas catalanes porque en el fondo les puede el stablishment. Como a casi todos.
Además, conviene agregar que a Europa, con todas la nacionalidades larvadas que tiene en su haber, el tema catalán le produce urticaria por lo que difícilmente surgirán solidaridades de peso con la causa soberanista.
Así las cosas, vienen tiempos de tensión y confrontación entre Barcelona y Madrid. Pero no de independencia efectiva. Al menos eso opino.
Imagino que al final el Gobierno central cederá en las cuotas de autogobierno (sobre todo financieras) para calmar los ánimos catalanes. En cualquiera de los escenarios se avecinan tiempos revueltos, que no convienen a ninguna de las partes.

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