Una Europa a la deriva

La Unión Europea (UE) despunta cada vez más como un experimento fallido. El drama económico de Grecia y el agravamiento de la crisis migratoria ensanchan las grietas de una arquitectura que se levantó sobre cimientos precarios y con una argamasa insuficiente.
La inoperatividad del parlamento europeo, el despilfarro institucional, la primacía de los sectores bancario y financiero frente a los retardos en el progreso social, las reticencias de los estados a renunciar a sus respectivas soberanías para sumar voluntades de manera definitiva, la afonía a nivel internacional y el aroma a descomposición política que emana desde Bruselas, son síntomas del profundo deterioro de la UE a los que hay que sumar el desplome de Grecia y la tragedia de las pateras.
“Está en riesgo uno de los pilares fundamentales de la Unión Europea", han advertido las autoridades italianas desbordadas por la presión migratoria y en referencia al espacio Schengen que permite la libre circulación de personas y mercancías en los países europeos que lo conforman.
“Europa se arriesga a dar lo peor de sí misma, entre egoísmos, decisiones en sentidos contrarios y polémicas entre Estados miembros”, agregan las autoridades de Roma.
La decepción va calando en muchos ciudadanos europeos que asisten desconcertados al espectáculo de una UE atrapada en sus contradicciones, más dispuesta a embellecer el escaparate que a adecentar la trastienda, e incapaz de resolver los grandes problemas continentales, mientras se apaga progresivamente el bienestar social alcanzado tras muchas décadas de batalla, incluso en países sobradamente acolchonados.
La que se está derrumbando es una UE cicatera, hecha para los mercados, mermada en su diplomacia, con un colectivo cada vez más anoréxico y un funcionariado pancista y distante. En resumen: la Europa menos ejemplar, la menos interesante.

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