El islamismo y el Medievo

Las religiones son excluyentes por definición, especialmente las monoteístas que se deben a un dios fabricado para las muchas ocasiones históricas y al que sus seguidores encaraman como único y verdadero frente a todos los demás.
El cristianismo y el judaísmo, sin perder su vocación enajenadora, han evolucionado hasta renunciar a la quema de herejes; pero el islamismo parece haberse atorado en el Medievo, por más que los practicantes de esta religión proclamen a los cuatro vientos las excelencias balsámicas del Corán.
El surgimiento del inefable Estado Islámico (EI) y otros grupos yihadistas que ejercen una beligerancia activa contra los considerados infieles, son una muestra de que el mahometismo sigue siendo un caldo de cultivo para miles de fanáticos que buscan simple y llanamente la aniquilación de los que no comulgan con sus ideas trogloditas.
Es evidente que la inmensa mayoría de los creyentes musulmanes, como los judíos o los cristianos, son alérgicos a la violencia y se desmarcan de la barbarie. Pero este dato no puede opacar el hecho de que los libros sagrados siguen prestándose a interpretaciones ultramontanas que desembocan en conductas propias de psicópatas. Minoritarias ciertamente; pero también letales. En el caso musulmán hay todavía demasiados gurús que llaman a la colisión o directamente promueven el exterminio del otro, mientras reivindican costumbres tan retrógradas como vejatorias, especialmente para las mujeres.
El último atentado del EI contra el monasterio cristiano de San Elian, ubicado en la provincia siria de Homs y que fue completamente destruido como otras tantas edificaciones o símbolos tachados de blasfemos, es una muestra más de la intolerancia extrema que destilan los yihadistas. No sólo en Medio Oriente. También en otras latitudes occidentales el eco de los ultraconservadores islamistas es cada vez más preocupante.

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