¿Han mejorado los votantes españoles?

El dirigente socialista José Antonio Pérez Tapias valora en un reciente artículo la repolitización del electorado español de cara a los próximos comicios municipales de este domingo.
En un texto en el que sublima al común de los votantes, Pérez Tapias traza un encendido perfil de participación ciudadana que dista mucho de una realidad que desde mi punto de vista sigue siendo muy plana y cicatera.
"Intensos debates políticos, nuevos protagonistas en la escena pública, partidos de nuevo cuño, nuevas cuestiones en el orden del día y hasta un renovado lenguaje que se abre paso desde las instituciones hasta las conversaciones de la vida cotidiana, obligan a constatar que no estamos sumidos en circunstancias en las que prime la apatía o la indiferencia que antaño preocupaban", indica con optimismo el líder socialista.
Sin embargo, las señales que Pérez Tapias registra como masivas, no dejan de ser brotes minoritarios a tenor de la indolencia, ésta sí generalizada, que prevalece en casi todos los ámbitos y que se palpa en las escasísimas protestas de verdadero calado que se han producido en España a pesar de una crisis integral, extremadamente grave.
Las movilizaciones que se han generado sobre todo en los sectores de la sanidad y la educación, y los brotes de rebeldía frente a los desahucios, aunque haya que celebrarlos, apenas sirven para contrapuntear el desinterés y la desgana que campan a sus anchas por este país.
El movimiento de los indignados del 15-M, que tampoco fue mayoritario por más ruido que provocara, se ha ido desinflando con el paso del tiempo, como no podía ser de otra manera en un colectivo tan transversal, heterogéneo y desideologizado como el que acampó en 2011 en la Puerta del Sol y otras plazas ibéricas.
Para que haya repolitización como apunta Pérez Tapias, tiene que haber habido previamente una despolitización. Y me parece que ese no es el caso de España, donde prevalece una inmadurez civil que facilita todo tipo de abusos por parte de las autoridades y donde, incluso, muchos vecinos se permiten la desfachatez de premiar a los corruptos con la reelección en las urnas, en una especie de guiño tenebroso.
Por si fuera poco, las encuestas auguran que una mayoría de españoles votarán en las municipales y autonómicas a los dos partidos responsables de los grandes estropicios acaecidos en los últimos años, aunque el PP lo sea en mayor medida que el PSOE por sus draconianos ajustes y su desapego por la cosa pública.
A la democracia española le faltan no pocos hervores.
Sólo así se entiende el último derrumbe político, económico y social al que contribuyeron muchos ciudadanos que ahora se rasgan las vestiduras.
Todo ello en un clima de profunda desidia, apenas contrarrestada por el saludable berrinche de unas cuantas minorías.

Público

José Antonio Pérez Tapias

Miembro del Comité Federal del PSOE

Si rebobinamos hacia atrás podemos recordar aquellos momentos en los que muchos análisis sociológicos que se hacían en nuestro país recaían sobre la desafección política. Poco a poco algunas mentes despiertas se fueron dando cuenta de que la desafección no era tanto el desapego indiferentista hacia instituciones democráticas y, sobre todo, partidos políticos, cuanto una posición crítica que cada vez tomaba más cuerpo. A la vez se iba cayendo en la cuenta del interesado encubrimiento que suponía el dicho, tan repetido por líderes políticos, acerca de la necesidad de mejorar la comunicación con la sociedad, insistiendo en hacer pedagogía y en transmitir mejores mensajes para explicar bien lo que se hacía.
Ese discurso paternalista, en el que ciudadanas y ciudadanos se ven como menores de edad -hay quienes siguen empeñados en ello, con notable desprecio, de culpable ignorancia, a aquella idea kantiana de Ilustración que entendía ésta como logro de la mayoría de edad de humanos capaces de ejercicio crítico de una razón autónoma-, pasaba por alto que lo que la sociedad demandaba no era tutela para entender bien, sino explicaciones suficientes sobre lo que se realiza en política, lo cual es especialmente acuciante si lo que se realiza está mal.

La ciudadanía no se distanciaba de la política por mera desafección, sino por hastío ante una política en deriva hacia la impotencia, cuando no hacia la antipolítica. Desvelado, pues, aquel encubrimiento, amplios sectores de esa ciudadanía supuestamente desafecta dieron el salto a la expresión de su indignación hacia la política que de hecho se venía practicando por buena parte del espectro de fuerzas que en España tenían un papel institucional. Las injustas medidas que se empezaron a aplicar con los planes de ajuste al hilo de la crisis económica y, como consecuencia, social, así como la corrupción que in crescendo se fue destapando, actuando como acicate de una crisis de la representación política cada vez más intensa, llevaron la indignación hasta la cota de las masivas manifestaciones ciudadanas desplegadas a partir del 15-M -hace ahora cuatro años.

Mucho ha ocurrido en estos años desde aquellas movilizaciones a través de las cuales comenzó a canalizarse la indignación de los ciudadanos, la resistencia a los desahucios o la expresión de reivindicaciones frente a los recortes en sanidad y educación. Mucho ha llovido sobre el mojado terreno de una sensibilidad social con razón ofendida por el expolio de lo público cometido al socaire de tanto caso de corrupción política. Y en la medida en que los partidos "tradicionales" no reaccionaban con agilidad y eficacia ante una opinión pública que así se manifestaba, nuevas fuerzas han emergido en el espacio político, catalizando un malestar social creciente y obligando a que en el debate entren cuestiones cruciales que estaban siendo soslayadas -desde reforma de ley electoral hasta nuevas medidas anticorrupción-. Con todo ello, un diagnóstico como aquel que en hiciera el analista francés Nicolas Tenzer, en su obra La sociedad despolitizada, ha quedado rebasado. Encontramos ahora, por el contrario, una sociedad repolitizada.

Es, pues, en este novedoso contexto de repolitización en el que están teniendo lugar los actuales procesos electorales, autonómicos, locales y, pronto, generales. Intensos debates políticos, nuevos protagonistas en la escena pública, partidos de nuevo cuño, nuevas cuestiones en el orden del día y hasta un renovado lenguaje que se abre paso desde las instituciones hasta las conversaciones de la vida cotidiana, obligan a constatar que no estamos sumidos en circunstancias en las que prime la apatía o la indiferencia que antaño preocupaban. Otra cosa es cómo hacer que fructifique la aparente paradoja constituida por la presencia de actitudes de indignación y escepticismo, por una parte, que han activado, por otra, una repolitización de la ciudadanía que se expresa por cauces inéditos y busca adecuada expresión política.

No cabe duda que ante los inmediatos comicios municipales y autonómicos, esa ciudadanía repolitizada va a ejercer su derecho al voto con espíritu crítico, invistiendo su acto de elegir representantes de una clara intención de renovación política. Ese voto crítico va a ser en gran medida un voto contra la corrupción, como va a ser en modo análogo contra el conformismo, ése que lleva a la inhibición a la hora de buscar nuevos caminos para salir de la crisis con políticas que incluyan la justicia social como objetivo de las mismas. Será voto crítico, por tanto, también a la hora de valorar propuestas de políticas alternativas a las ortodoxias neoliberales. El electorado, de forma inteligente, indaga qué se propone en esa doble dirección: la superación de todo lo negativo que se ha acumulado a través de una política que ha llegado a atascarse entre la sumisión a los poderes económicos y el peso de sus propias estructuras oligárquicas; y, por otra parte, los proyectos, vertidos en programa, con los que se diseñan las líneas de actuación que nuestra realidad reclama.

Cierto es que en este momento histórico nada está ganado de antemano. Habiéndose iniciado una nueva etapa política, no hay electorado fiel que aguante, por inercia del pasado, cualquier cosa. Afortunadamente hemos entrado en la fase de una ciudadanía constituida por votantes críticos, que desde la crítica exigen y, en muchos casos, participan. El que los sondeos, en fechas próximas a las elecciones, hablen de un significativo porcentaje de voto indeciso no sólo refleja un clima de incertidumbre, sino el final de aquel voto que otrora otorgaba un "elector dogmático".

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