Los creadores de la bestia
El denominado Estado Islámico (EI), que representa la quintaesencia
de la enajenación religiosa, ha arremetido contra la antigua ciudad asiria de
Nimrod, 30 kilómetros al sureste de Mosul, para demoler a golpe de maza y
bulldozer cuanta manifestación sacrílega se interpusiera en su camino.
El atentado contra una urbe ancestral y aportadora, calificado
por la ONU de limpieza cultural y crimen de guerra, se produce apenas una
semana después de que este grupo de fanáticos encapuchados y con iniciativa armada difundiera
un vídeo en el que alardeaba de la destrucción de estatuas milenarias en el
museo de Mosul y de dos toros alados en una de las entradas a la antigua
Nínive, en las afueras de la ciudad.
Afortunadamente, la mayoría de los artefactos excavados de
Nimrod se trasladaron tiempo atrás a los museos de Mosul, Bagdad, Londres o
París, pero aún quedaban en el lugar varios "lamasu", gigantes estatuas de toros
alados con cabezas humanas, además de algunos relieves.
El EI es una manifestación aberrante, pero su surgimiento no
es casual. Los países occidentales que ahora se rasgan las vestiduras ante
estos actos vandálicos, contribuyeron con creces al parto de la bestia cuando derribaron, uno a uno, todos los muros de contención del islamismo en medio
oriente, desde Siria a Túnez, pasando por Irak, Libia y Egipto.
La geopolítica, la geoestrategia, la geoenergía, tienen
repercusiones en un mundo tan contaminado, y desnutrido, como el nuestro. Por ello, resulta
patético, amén de indignante, que los hacedores de tanto estrago lamenten ahora las consecuencias de
su acción. Y lo que es peor aún: que intenten transmitir su (cínica) desolación al
resto de los mortales.
Como casi siempre, el contexto está ausente.
Como casi siempre, el contexto está ausente.
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