Los pliegues de Ayotzinapa
La indignación que prendió en México tras la desaparición de los 43 normalistas en el estado de Guerrero, que tiene presagios macabros, sólo
puede recibir como respuesta una sobredosis de justicia.
La investigación a
fondo de la más que probable ejecución de los alumnos de magisterio, la
depuración de responsabilidades y la comparecencia ante los tribunales de los
presuntos autores intelectuales y materiales de los hechos, deberían formar
parte de la hoja de ruta del Gobierno mexicano que no está actuando con la firmeza que requiere tamaña violación a los derechos humanos.
Por el
contrario, sigue recurriendo a la patraña de la violencia focalizada para
relativizar el gravísimo problema, antes que afrontar con todas las consecuencias
la crisis integral que afecta al país latinoamericano. Y todo ello sin que asome la verdad sobre lo sucedido en Guerrero.
Pero de los sucesos de
Ayotzinapa están emanando también señales cuando menos desconcertantes: se
denuncia en plazas y medios, hasta la saciedad y con razón, el secuestro de los
normalistas, pero no se reclama con el mismo ímpetu a los cientos de desaparecidos descubiertos en otras fosas comunes, con las que las autoridades
se han topado mientras rastreaban el paradero de los estudiantes.
Estos
homicidios acaecidos también en siniestras circunstancias y que tendrían que generar
una sacudida suplementaria en todos los ámbitos, no están teniendo la
repercusión que se merecen habida cuenta de su gravedad y de la más que
presumible existencia de innumerables tumbas ocultas en las regiones más
conflictivas del país, donde se consuma la fatal simbiosis entre el narcotráfico y las
autoridades locales.
Por lo demás, abundan en las redes sociales los comentarios
maniqueístas, las denuncias burdas, las proclamas incendiarias, la sublimación
de las energías civiles, el infantilismo de izquierdas o de derechas, frente a una notoria ausencia
de análisis, reflexión y señalamientos certeros que, a corto y medio plazo,
serían mucho más eficaces para deshacer los nudos.
Siempre he creído que hay demasiado
revanchismo acumulado en las calles de México, alimentado durante décadas desde
muy distintas trincheras. Este desquite suele brotar con inusitada fuerza en
momentos de zozobra y se apaga progresivamente a medida que las protestas se
diluyen, o bien cuando el Estado arrea el zapatazo contribuyendo a la engorda
de la frustración social. El resentimiento entonces se hace a un lado, pero
aguanta agazapado hasta el próximo susto. En el agostado territorio mexicano, basta
una simple yesca para que arda buena parte del país, tanto en términos reales
como metafóricos. Esta vez la chispa saltó en Ayotzinapa. Y los daños están
siendo incalculables.
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