La muy difícil andadura de Felipe VI
En su primer discurso Felipe VI abordó dos de los desafíos
más apremiantes de su reinado, tras ser proclamado rey en el Congreso de los
Diputados de Madrid
Las demandas independentistas de las regiones de Cataluña y
el País Vasco centraron una parte de la intervención de Felipe VI que, en un
discurso poco afinado a pesar de las muchas pulidas que se le dieron, evitó
entrar en cualquier hondura para apostar por los habituales lugares comunes;
eso sí, un poco más maquillados.
"En esa España, unida y diversa, basada en la igualdad
de los españoles, en la solidaridad entre sus pueblos y en el respeto a la ley,
cabemos todos; caben todos los sentimientos y sensibilidades, caben todas las
formas de sentirse español", generalizó Felipe VI en alusión a las
demandas soberanistas, mientras los Presidentes autonómicos de Cataluña, Artur
Mas, y del País Vasco, Iñigo Urkullu, aguantaban impasibles en las gradas.
Mas y Urkullu no aplaudieron en ningún momento un discurso que
fue exageradamente valorado por la mayoría de los legisladores de la derecha y
de la socialdemocracia, como corresponde al inmovilismo del que hacen gala cada
vez que se propone en el hemiciclo cualquier iniciativa que afecte los
privilegios de la sacrosanta institución monárquica.
Tras censurar implícitamente las intenciones secesionistas
de Cataluña y el País Vasco, Felipe VI abordó otro de los complicados retos que
le esperan durante su mandato: restaurar la imagen de una monarquía muy tocada
por los escándalos.
El rey manifestó su deseo de ser referente de la
ejemplaridad que demandan los ciudadanos para ganarse el respeto y la confianza
de los españoles con una conducta íntegra, honesta y transparente, aunque no
mencionó cuáles serán los parámetros de ese comportamiento.
"Se hará acreedora (la corona) de la autoridad moral
necesaria para el ejercicio de sus funciones", dijo pensando sin duda en
el proceso judicial que enfrentan su hermana Cristina y su cuñado, Iñaki
Urdangarin, por presuntos delitos de corrupción.
La cacería de lujo en África en la que participó su padre,
Juan Carlos, cuando España atravesaba por su peor crisis de la última etapa
democrática, y la falta casi absoluta de transparencia de la Casa Real, se
suman al proceso judicial contra Cristina y su marido para poner contra las
cuerdas a la institución monárquica.
El rebrote de republicanismo tras la abdicación de Juan
Carlos, que será convenientemente aforado para evitar disgustos judiciales, es
el mejor síntoma de la decadencia real a la que Felipe VI no puso remedio, si nos atenemos a los tópicos que trufaron el que ha sido por
ahora el discurso más importante de su carrera.
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