La banalidad de las estadísticas
Vuelvo a insistir en el tema a propósito de los resultados
de una encuesta de alcance nacional en España; recién leídos.
La pregunta: ¿espera usted que la economía (española) mejore
en los próximos dos años?
Uno pensaría que la requisitoria se le lanza a un
especialista, a alguien familiarizado con los devaneos del mercado, al experto
que está en condiciones de aportar a la causa. Pero no. Se plantea abiertamente,
a cualquier ciudadano dispuesto a responder afirmativa o negativamente, con
independencia de su acervo y su perfil y al que se le asalta por teléfono para
plantearle la disyuntiva.
Y uno se pregunta de inmediato (y algo cabreado): ¿para qué
carajos quiero saber la opinión de alguien que carece en este caso de cualquier
parámetro de medición, que muy probablemente es un indocumentado en la materia
y cuya respuesta se basa en una percepción absolutamente subjetiva?
Pues a pesar de ello, ahí están las estadísticas. El 32 por
ciento de los españoles considera que la economía mejorará en 2014, mientras
que el 18 por ciento pronostica que irá a peor, por ejemplo. Y se publican sin el menor
rubor, como si fueran tendencias revalidadas, inamovibles.
Bueno, puestos a preguntar, indiscriminadamente: ¿Cree que lograremos llegar a
Neptuno en 2025? ¿Piensa que Estados Unidos tiene que invadir Siria en diciembre de 2013? ¿Considera
que hay que tomar medidas urgentes para detener el derretimiento de la Antártida?
En fin, decididos a indagar, sacralicemos la estulticia.
Por cierto, estimo que estos abusos estadísticos están muy
relacionados con la sublimación del ciudadano, sin mayores atributos.
Evidentemente, no basta con el mero hecho de existir. El adn académico, el criterio basado en la
información recibida, la digestión del entorno, el posicionamiento ideológico o
las hojas de ruta son, entre otras, cualidades sine qua non para que se tenga
en cuenta cualquier pronunciamiento público. El resto, no debería trascender la charla de cantina.
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