Carta abierta a un amigo catalán
Te hago llegar algunos comentarios a propósito de Cataluña.
Estoy de acuerdo Xavi contigo en la cuestión de fondo, es
decir, en el derecho inalienable de los catalanes o de cualquier colectivo
diferenciado a definir su futuro, aunque ya desde este presupuesto habría que
acordar cuál es la mayoría necesaria para acceder a la independencia sin
arriesgar la quiebra social.
Pero es una cuestión técnica que en nada debiera afectar al
derecho de autodeterminación. Yo sería partidario de una mayoría
cualificada, es decir, 2/3 de la población para que el referéndum tuviera
carácter vinculante; es sólo una apreciación, claro.
Coincidiendo contigo en la
denuncia de los excesos de esa derecha hispana y del conservadurismo, más
extendido, que tanto daño históricamente han hecho a este país de países,
percibo un exceso de homogeneidad y cierta complacencia a la hora
de hablar de Cataluña y los catalanes, es decir, la presencia de un sentimiento
nacionalista uniforme y bienintencionado como respuesta lógica a un centralismo
retrógrado y a ideas territoriales francamente perniciosas para la pluralidad y
el respeto que debería existir entre los distintos colectivos.
También creo que hay una suerte de victimismo, es decir, los
catalanes como objeto de represión de una España cicatera y negadora de la
realidad catalana, que desde luego existe; pero también existen culpabilidades
compartidas, en mayor o menor grado. Y para dirimirlas, considero que la
autocrítica es una herramienta muy útil que echo mucho en falta en la inmensa
mayoría de las manifestaciones con origen en Cataluña, tanto de la derecha como
de cierta izquierda más o menos nacionalista, incluido desde luego el PSC.
En lo personal, prefiero observar ideológicamente a la sociedad más allá de su definición supragrupal, por llamarlo de algún modo. Y ahí es donde veo, en las raíces, un nacionalismo genuinamente burgués y rural, payés sobre todo. Derecha pura y dura, profundamente tradicional, que ha sido siempre la simiente de cualquier nacionalismo, por más que se vista de seda. Ciertamente, en el caso catalán, más moderna. Y ahí es donde recaigo también en la labor de zapa de Jordi Pujol y sus prolongados cantos nacionalistas, retomados con fuerza, mucho mejor proyectados y compartidos ahora por la izquierda local, en una composición política en la que el infierno son los otros, todos los demás, esto es, los españoles.
En lo personal, prefiero observar ideológicamente a la sociedad más allá de su definición supragrupal, por llamarlo de algún modo. Y ahí es donde veo, en las raíces, un nacionalismo genuinamente burgués y rural, payés sobre todo. Derecha pura y dura, profundamente tradicional, que ha sido siempre la simiente de cualquier nacionalismo, por más que se vista de seda. Ciertamente, en el caso catalán, más moderna. Y ahí es donde recaigo también en la labor de zapa de Jordi Pujol y sus prolongados cantos nacionalistas, retomados con fuerza, mucho mejor proyectados y compartidos ahora por la izquierda local, en una composición política en la que el infierno son los otros, todos los demás, esto es, los españoles.
Creo que falla la mayor, es decir, la no asunción de
responsabilidades en esta progresiva y exacerbada riña entre los poderes
catalanes y los poderes centrales que ha acabado por contagiar a las sociedades
respectivas.
En este contexto, no sé qué tanta responsabilidad tienen los
políticos, empresarios, banqueros y dirigentes catalanes en el estropicio
regional y nacional; pero entiendo que es al menos tan considerable como la
responsabilidad de los líderes de otras comunidades. La demagogia, la
corrupción y la filoespeculación, como bien sabes, no son patrimonio de nadie.
Y en Cataluña también se prodigan.
Falta por lo tanto algo de análisis económico en las distintas
reflexiones sobre la oportunidad de la independencia catalana y, puestos a
entrar en honduras ideológicas, hay que intentar dar respuesta a la inquietante
pregunta de si se puede ir de la mano de la derecha por más moderna que ésta se
revele en asuntos de grandísimo calado, como el que nos ocupa. Sinceramente, me
preocupa ese viaje.
Por lo demás, Izquierda Republicana de Cataluña me parece un
partido demasiado paleto, cortoplacista, con una historia reciente rara y con
dirigentes que han salido escopetados. No entiendo bien cuál es su juego en
esta delicadísima partida. En cuanto a Iniciativa per Catalunya, creo que le
sobra heterogeneidad y le falta definición en términos ideológicos, alejada
como está convenientemente de IU. Tampoco me convence la postura timorata del
PSC en este tema, hija desde luego de la ausencia de un proyecto político y
territorial para España más allá de la ensalada de las comunidades, que se ha
mostrado a todas luces tan indigerible como contraproducente.
Aprovecho para resaltar la profunda e insoportable ñoñería
que en muchos rubros ha alcanzado este país en su abrazo, asfixiante, de lo
políticamente correcto. Por citar un ejemplo concreto de este fuego fatuo que
nada aporta a la integración y al conocimiento mutuo, tal como lo atestiguan las
problemáticas catalana y vasca, citaría el prodigioso cambio de formas a la
hora de reglamentar los topónimos con independencia de su pertenencia
lingüística: A Coruña, Girona, Lleida, Donosti, cuando se habla en castellano y
no en gallego o catalán o vasco, lo que equivale a decir “mañana viajo a
London”, o “he estado recientemente en New York” o “me gusta el ambiente de
München”. Vaya, un disparate. Sinceramente, me parece una expresión del
papanatismo que se ha instalado en este país de países desde la transición y
que no guarda relación alguna con el necesario respeto a otras culturas y sí
con un estilo protocolario que por definición refuerza superficialidades y
desdeña los fondos. Prefiero la franqueza, como la que estoy utilizando al
redactar estas líneas, que me parece mucho más enriquecedora. Para todos.
No me parece por lo mismo valorable el hecho de evitar
mencionar La Coruña, Gerona, Lérida o San Sebastián, o la misma Cataluña, con
eñe, cuando uno se expresa en castellano. Según mi opinión, lo verdaderamente
importante es saber, con conocimiento de causa, que esas referencias
geográficas tienen su denominación en las lenguas respectivas que hay que
apreciar en lo que valen, que es mucho, lo que implica evidentemente el derecho
a ejercerlas y conservarlas sin restricción alguna. Conocimiento de la otredad
pues, del que tanto carecemos en estos lares; incluidos los catalanes.
Como bien sabes, a mí me encandila el confederalismo y me
hubiera gustado una entente ibérica en igualdad de condiciones; o lo que es lo
mismo, un Gobierno multipartito en el que cupieran sin menoscabos Cataluña,
País Vasco, Galicia y, por qué no, también Portugal. Evidentemente, a estas
alturas del desastre autonómico, del despropósito colectivo, ese anhelo resulta
doblemente utópico.
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