Sobre los sarpullidos patrióticos...
Patria es no tenerla, dijo en una ocasión un intelectual
mexicano cuyo nombre se me escapa. Y coincido plenamente con él. Siempre he
sido alérgico a los ramalazos patrióticos que exaltan diferencias entre colectivos
y que acaban volviéndose barreras insalvables.
Los nacionalismos son excluyentes
por definición, ya sean dominantes o sojuzgados. En el caso español, es lógico
que en ciertas sociedades como la catalana y la vasca haya echado raíces un
sentimiento de frustración ante la imposibilidad de contar con señas de
identidad propias y un espacio adecuado.
En este país de países que se
transformó en unitario a golpe de decreto, siguen aflorando las demandas en
aquellas nacionalidades que se consideran degradadas por el intrusismo del
gobierno central, tras la última transición inmodélica que consagró un
hilarante estado autonómico, tan artificial como ineficaz.
Por todo ello,
resulta improcedente que el Ministro de Defensa, Pedro Morenés, critique a quienes se desentienden del himno español que sobrevive en muchos lares de este
país con respiración asistida, porque a los nacionalistas periféricos que lo
repudian, hay que sumar el rechazo de los republicanos hacia una melodía
demasiado ligada a la dictadura franquista por más que sepamos que la cantata sin
letra trasciende ese lamentable episodio.
Los sentimientos patrióticos no se
imponen. Y España en este sentido es un proyecto claramente fallido.
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