Protestan (ahora) los jóvenes precarios...
Bienvenida siempre la protesta. Pero yo les preguntaría a
estos jóvenes españoles dispersos por el mundo contra su voluntad, qué es lo
que han hecho antes de verse obligados a emigrar para evitar que tal cosa
ocurriera.
La mayoría de ellos, que reivindican ahora sus derechos cívicos con tanto ahínco, nunca se han movilizado; la mayoría de ellos no están
sindicalizados; la mayoría de ellos no han participado en tareas colectivas; la
mayoría de ellos están desideologizados; la mayoría de ellos son desconocedores
internacionales; la mayoría de ellos reniegan de la política y de los partidos,
sin conocimiento de causa. Con todo lo que ello implica.
Muchos de ellos, ya sea por candidez, pasividad,
egocentrismo o bobería, ejercen de cómplices del actual estado de abusos,
porque se prestan para el desempeño de actividades a precio de saldo en
distintos sectores profesionales, incluso sin cobrar, actuando de esquiroles,
cuando la situación amerita el desafío; y el plantón.
He escuchado frases de los que se autodenominan emigrantes
forzados (¿alguno no lo es?) como ésta: “con todo lo que ha invertido España en
mi educación, ahora es otro país el que se lleva los beneficios…”. ¡Vaya! un
balance propio de un contable. Claro, que muchos de ellos piensan que tienen
derechos adquiridos desde la cuna y que, de repente, un sistema depravado,
surgido de la nada, se ha atravesado en su exitoso camino para rebanar de un
tajo su futuro laboral.
“No nos vamos, nos echan”, claman los jóvenes precarios con
razón. Pero sólo han levantado la voz cuando la guillotina estaba a medio
recorrido. Nunca antes han asumido como propia la decapitación del otro, porque
de haberlo hecho se hubieran sumado antes a la rebelión y algunas de sus
consignas serían mucho menos candorosas.
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