Encuestas más que deficitarias
Las encuestas al uso con las que se pretende medir el pulso
del país apenas sirven para medir estados de ánimo primarios, empujones
emocionales; y las que circulan profusamente por internet contribuyen además a
frivolizar el entorno, si es que cabe tal empeño entre tanta ñoñería oficial y
oficiosa. ¿Cuál es el propósito de formular preguntas elementales cuando no
capciosas, de manera indiscriminada y cuyas respuestas son sencillamente inaplicables?
¿Cree que habría que terminar con las
subvenciones a partidos y sindicatos? ¿Considera que el rey debe abdicar por
los últimos escándalos? ¿Tiene la culpa Alemania de la crisis del euro? Estas y
otras preguntas igualmente rudimentarias se plantean muy a menudo en la red sin atender
el menor criterio estadístico y obviando la procedencia y el perfil de los
consultados, ya que lo único que cuenta es su parecer mondo y lirondo. Resulta
evidente que para extrapolar los resultados de una encuesta, ésta debe ser
fiable en términos cuantitativos y cualitativos, algo que no ocurre con la
inmensa mayoría de los sondeos cibernéticos destinados sobre todo a la engorda
de las páginas que los promueven. Todo el mundo tiene su opinión; pero de ahí a
que ésta deba ser tenida en cuenta por los demás, media un abismo. En sociedades
cada vez más indocumentadas, sobre las que se vierten a diario cubetas de
información sin codificar, pero convenientemente manipulada por el medio que la
reproduce, cualquier encuesta puntual que se promueva por internet arrojará saldos esperpénticos.
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