Porca miseria
El reciente colapso financiero de Chipre y las severas restricciones
adoptadas para bloquear ahorros y otras cuentas mucho más rentables, han encendido de
nuevo los ánimos ciudadanos contra la Troika, ese moderno eje del mal integrado
por el Banco Central Europeo (BCE), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la
Comisión Europea (CE).
Es evidente que la Troika, junto a otros agentes políticos y
económicos, tiene responsabilidades mayúsculas en el descalabro internacional
que está perjudicando muy especialmente a los colectivos más vulnerables, en
este caso de Europa, porque los que habitan otras latitudes sureñas llevan
siglos deprimidos.
Sin embargo, convertir en diana de la ira popular a la
Troika, mientras se minimizan las responsabilidades de los miles de chipriotas
que lucraron durante la bonanza económica a expensas del bienestar de sus
paisanos, es una respuesta fácil, patriotera, que en nada contribuye al
esclarecimiento de lo sucedido en la isla.
Cuando se sacralizan conceptos tan polivalentes como el de
ciudadano, el objetivo de la protesta necesariamente se diluye porque resulta
imposible armar acusaciones concretas desde el limbo, gritón para más señas, en el que parece sentirse a gusto el indignado que, por cierto, es otro término híbrido, demasiado vasto.
La renuncia a la ideología y el afán por trascender los
modelos clásicos desde el desconocimiento de los mismos, están llevando a
muchos movimientos sociales a sumar voluntades antagónicas, que se estorban
desde el origen, lo que entorpece notablemente su recorrido ya que las
consignas tienen que acoplarse lo mejor posible a las necesidades de todos y
cada uno de los indignados, con independencia de su condición económica y su
credo político. Algo muy parecido a una iglesia; laica en este caso.
En ese magma de los ciudadanos ejemplares enfrentados a los
poderes mefistofélicos, caben todos los códigos genéticos como lo demuestra el
hecho de que muchos millonarios españoles a los que se les embargó la cuenta luego de haberse forrado con la compra de
productos financieros tóxicos o la especulación filatélica, hagan valer ahora
sus derechos en la calle y se sientan tan estafados como el jubilado que acaba
de perder sus modestos ahorros.
En Chipre se reproduce el mismo escenario enrarecido en el
que un colectivo amorfo se considera víctima absoluta de los abusos perpetrados
desde las alturas de la troika o de la cancillería alemana regentada por Angela
Merkel. Y demanda su linchamiento.
Mucha reivindicación genérica, inofensiva, y muy poca
artillería pesada la que se gasta en estas manifestaciones que suelen obviar
las deficiencias estructurales del sistema capitalista, su capacidad de
seducción y sus perversas y sofisticadas derivadas, que son las que nos
zarandean desde hace tiempo y contra las que hay que batallar desde un posicionamiento ideológico. Firme.
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