¿País fallido?

El apagón económico está poniendo al descubierto los descosidos de este país de países cuyo recuento histórico deja mucho que desear, si repasamos su andadura desde la distancia, con rigor, sin apasionamientos de ningún tipo.
La democracia trajo libertades, pero no madurez a una sociedad desmovilizada que apenas ahora hace oír su voz en las calles; minorías en cualquier caso, que reaccionan in extremis.
Berrinche puntual y falto de solidez ideológica, salvo contadas excepciones.
El estallido de la burbuja inmobiliaria también destapó la corrupción, que se fue expandiendo a todos los niveles durante la época de bonanza con la venia de los políticos y una permisividad social notable. Son muchos los culpables del destrozo, desde luego.
La crisis también ha afectado la credibilidad de la clase política, después de que las corruptelas hayan hecho estragos evidenciando la falta de controles democráticos o, lo que es lo mismo, la negligencia de los supervisores.
Por citar un solo ejemplo. El poder judicial, que debería estar a la altura de las pésimas circunstancias y actuar en consecuencia, está repleto de empollones aturdidos, cuyo único mérito fue el de memorizar mamotretos para ganar finalmente unas oposiciones, mientras sus familias los subvencionaban. 
Junto a ellos, codo con codo, destacados herederos del más rancio franquismo que siguen sentando cátedra en los tribunales, por no hablar de los muchos jueces y fiscales que se deben a sus señores o que siguen aferrándose a sus canonjías a pesar de la que está cayendo. Son también franca minoría los representantes del poder judicial que merecen el nombre de tales.
La opinión pública tampoco se encuentra en condiciones de responder como es debido. En ningún país del mundo se produce el fenómeno masivo de las tertulias españolas, atiborradas de comentaristas de medio pelo que moldean a diario a las audiencias pronunciándose desde la indocumentación sobre las más variadas cuestiones, mientras a los expertos se les arrincona.
En un país con escasos índices de lectura y en el que un canal tan bochornoso como Tele5 se ha convertido en líder de audiencia, difícilmente se puede esperar una firme resistencia por parte del grueso de la población, que es el que se precisa para deshacer tanto entuerto.
Eso sí, el escaparate sigue luciendo impecable. La ñoñería institucional se ha convertido en norma. El afán de sobreprotección de los ciudadanos en general y de algunos en particular, llega al límite del esperpento, mientras se aplazan las faenas de auténtico calado y se descuidan las labores que beneficiarían al colectivo en su conjunto.
Son muchos los frentes abiertos. Y me temo que faltan picas para atenderlos. Caldo abonado para que surjan los redentores de turno, los orfebres de la improvisación.

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