Arrogancias del cargo
No sé de dónde han surgido estos estirados aristócratas, más
bien neócratas, que lamentan sin rubor la falta de condecoraciones que padecen a diario
a pesar de su inapreciable labor. El último en quejarse ha sido el Presidente
del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), Gonzalo Moliner, que en
entrevista con Radio Nacional de España ha calificado de “tremendo” que se vea
obligado en sus desplazamientos en avión a utilizar la clase turista, porque no
da buena imagen. Evidentemente, sus palabras son una afrenta para los muchos
ciudadanos de toda condición que viajan en esa categoría destinada a los
plebeyos, según se desprende del comentario del ínclito jurista. Que las comodidades
y prestaciones se distribuyan en función del estatus, el pedigrí o el poder adquisitivo,
es uno de los agravios más clamorosos del sistema capitalista. Y que un
representante del Estado reivindique para sí mismo esas prebendas, en muchos
casos exageradas, en tiempos de crisis profunda, es un insulto al colectivo. Lo
más grave: que el inefable Gonzalo Moliner, como tantos otros rancios de su
especie, considere legítimo disfrutar de las canonjías que le están vetadas al
resto de los mortales. Si rectifica, será por temor al linchamiento cibernético.
Pero no lo hará por convicción. Mucho más dolientes las palabras del presidente
del CGPJ porque sobrevienen después de que su antecesor acabara envuelto en un
escándalo mayúsculo por abusar de las dietas y otras ventajas pecuniarias de su
cargo.
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