Encerrona en el Sector 3

Sector 3 Getafe, 13 kilómetros al sur de Madrid. Barrio repleto de paletos con dinero, aunque no todos, afortunadamente.
Llega el coche, el mío, a la puerta metálica de un garaje que se abre automáticamente, apretando el botón de un mando manual, así de simple.
A partir de ahí, si uno pulsa el botón, la puerta se abre y se abren también dos posibilidades una vez que se ha aparcado el coche en el interior.
Salir del recinto por una pequeña puerta lateral, peatonal, para la que se necesita llave, previamente solicitada a la comunidad de vecinos; o salir por la puerta por la que uno ha entrado, activando el automático y con obvio desgaste de las dos hojas, la más fácil, la evidente, que es la que eligen la mayoría de los que habitan el Sector 3, vecinos entre los que lamentablemente me hallo.
Pues bien, llego a la puerta del garaje que está abierta y me encuentro a una señora que se ha bajado del automóvil, imagino que por encargo de su marido, y que pone su cuerpecito entre los dos reflectores de la puerta metálica para evitar que se cierre y así permitir a su acompañante que salga de la encerrona sin magulladuras, porque ¡ joder!, menuda encerrona la que se perpetra cuando uno llega de madrugada con el KIA y no hay manera de abandonar el garaje si no es con una estrategia plenamente depurada, pensada hasta en sus últimos detalles.
Es decir, la dama se ha bajado diligente del coche nada más cruzar el portal y se planta entre los dos focos, literalmente, de pie, para impedir que las fauces metálicas se cierren. Se le recrimina, ¡señora!, ¡señora! que no puede interponerse entre los focos, que hay una llave para salir por la puerta lateral, que se está cargando el automático, que no es eterno, que… pero no le importa… ella insiste, ufana. ¡Qué más da! Si se estropea, ya lo arreglaremos… ¿cuál es el problema?
Ha interiorizado su papel y arraigada entre los ojos enfrentados de la puerta persevera. Impidiendo el cierre, obviando la llave y la puerta lateral, jodiendo manifiestamente al vecindario.
La mujer, es mujer, lo juro, llega hasta el final, hasta que su colega, hombre para más señas, sale del garaje y la acompaña en su salida triunfal por la puerta principal, la peor. Y los dos se largan encantados del recinto.
La escena se sucede, hora tras hora, día tras día. Hasta el hartazgo.
Una vez más, esta parejita ha optado por salir por la puerta principal dándole al automático y desdeñando las llaves que son mucho menos dañinas para la salud del patrimonio común; y lo ha hecho porque le importa un reverendo huevo la COMUNIDAD.
Hombre y mujer. MUJER Y HOMBRE. Cómplices manifiestos.
Envidio la Suiza cantonal. Verdaderamente, la envidio.

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