La insoportable hegemonía del conservadurismo
Una vez más, Vicenç Navarro ubica en sus debidas coordenadas
la problemática española. A medida que afloran los desperfectos y las carencias
en este país de países, también se torna más inmodélica una transición que fue
elevada a los altares y que, como denuncia el académico, registra notables
insuficiencias en materia de democracia y bienestar social. El peso del
conservadurismo en el entramado estatal continúa siendo abrumador a todos los
niveles, mientras arrecia la crisis y se incrementa el número de los inquilinos
que se sienten incómodos en esta corrala, tantas veces artificial, que se llama
España.
Vicenç Navarro
La crisis de legitimidad del Estado español: causas y
consecuencias
Público, 10 oct 2012
Cuando volví del exilio me encontré con un establishment
profundamente conservador que gobernaba España, que estaba inmerso en una
enorme complacencia, traducida en aquella famosa frase del presidente Aznar de
que “España va bien”, a la cual se añadía la frase del entonces presidente
Pujol (representante del establishment catalán), de que “Catalunya va incluso
mejor”. Soy hombre de datos, y me paso la mayoría de mi trabajo mirando y
analizando datos económicos, políticos y sociales de los países en los que vivo
y de otros que asesoro. Y los datos que yo veía no mostraban ni que España
estuviera bien ni que Catalunya estuviera mejor. En realidad, España iba mal y
Catalunya iba incluso peor.
Ello motivó que escribiera el libro Bienestar Insuficiente,
Democracia Incompleta. Sobre lo que no se habla en nuestro país que, al recibir
el Premio Anagrama de Ensayo, hizo que se conociera extensamente en círculos
políticos y mediáticos de España. Recibí bastante abuso, sin embargo, no sólo,
como era predecible, por parte de las derechas, sino también por parte de
algunos protagonistas de la Transición de la dictadura a la democracia, que se
consideraron personalmente molestos, pues en mi libro señalaba que este proceso
de Transición, en lugar de ser modélico, había sido profundamente inmodélico,
pues el producto que había producido –la democracia y el Estado del Bienestar-
eran claramente limitados e insuficientes. La Transición había ocurrido bajo el
dominio de las fuerzas conservadoras que controlaban el aparato del Estado y la
mayoría de los medios. Y tales fuerzas continuaron teniendo una gran influencia
en las instituciones, no sólo económicas y financieras, sino también políticas
y mediáticas, lo cual explicaba el enorme retraso social de España (todavía
hoy, treinta y cuatro años después, tiene el gasto público social por habitante
más bajo de la UE-15) y la no resolución del carácter plurinacional del Estado
español (llegando incluso al extremo que se asignaba al Ejército bajo la dirección
del Rey, la función de garantizar la unidad de España, transformando tal
aparato del Estado en un aparato de seguridad interna).
He documentado extensamente las consecuencias negativas de
tal dominio conservador sobre la España Social en mi libro, El Subdesarrollo
social de España. Causas y Consecuencias. No hay lugar a duda que este
subdesarrollo social se debe a este dominio conservador en las instituciones
del Estado. La evidencia es abrumadora. Ni que decir tiene que la
socialdemocracia española corrigió parte del retraso social de España, pero su
vocación reformadora, activa en muchos sectores sociales, fue profundamente
moderada en las áreas de política económica y fiscal. Y en la reforma del
Estado, su federalismo se quedó a nivel narrativo, sin ningún intento de
desarrollarlo.
Los hechos que están ocurriendo ahora en España demuestran
la falta de sensibilidad social del Estado español y la nula evolución en el
reconocimiento de la plurinacionalidad del Estado, tal como yo había predicho y
denunciado en mis escritos a la vuelta del exilio. Hoy, a lo largo del
territorio español, hay protestas día tras día en contra de las políticas de
austeridad llevadas a cabo por el Estado español, que están empobreciendo
todavía más a la España Social. Nunca antes desde la Transición se había visto
tanta agitación social como ahora. Y en Catalunya, nunca antes el desapego de
la mayoría de la población con el establishment español, basado en Madrid,
había alcanzado niveles tan elevados. Las profundas crisis financieras y
económicas han generado una profunda crisis política. Y todas ellas responden a
la misma causa: el enorme dominio de las fuerzas conservadoras sobre el aparato
del Estado.
La crisis de legitimidad de las instituciones del Estado
Estamos hoy viendo un creciente malestar, tanto en España
como en Catalunya (donde se añade al tema social el tema nacional), que está
cuestionando la viabilidad del sistema político fruto de la Transición. Como
era de esperar, las fuerzas conservadoras, incluyendo las derechas (aunque
también se incluyen voces importantes de las izquierdas), están tomando la
Constitución (que sintetizó el desequilibrio de fuerzas durante la Transición)
como el texto sagrado que hay que respetar. Es lógico que los movimientos de
protesta anti-establishment consideren tal Constitución como una camisa de
fuerza que obstaculiza los necesarios cambios que deben realizarse para
resolver tanto el problema social como el problema nacional. Las encuestas
señalan que la mayoría de la ciudadanía cuestiona la representatividad de las
instituciones del Estado, percibiendo tal Estado como una componenda de las
élites que dominan los dos partidos mayoritarios, influenciados por poderes
financieros y económicos que están imponiendo políticas que nadie ha aprobado
en el proceso electoral. De ahí su enorme crisis de legitimidad, que tales
élites todavía no han percibido o entendido. Y es lógico y muestra de salud
democrática que tales movimientos antiestablishments quieran cambios.
La oposición por parte de las élites gobernantes y de los
grupos de presión a estos cambios (cambios que las encuestas muestran que son
deseadas por la mayoría de la población) refleja una postura profundamente
antidemocrática. Tal oposición también muestra la falta de credibilidad de los
argumentos que se han estado utilizando por el establishment español, basado en
Madrid, durante todos estos años. Solo hace unos meses se impusieron cambios de
la Constitución, como el Pacto Fiscal (que prohíbe al Estado español tener
déficit público) y que condenan al país a continuar a la cola de la Europa
Social, sin que la ciudadanía haya tenido ninguna voz en tales medidas. Y todo
ello se hizo porque el capital financiero (europeo y español) así lo dictó a
tales élites gobernantes.
Y ahora, las mismas élites niegan que pueda tocarse la misma
Constitución alertando que el Ejército pueda intervenir si se intenta hacer
realidad lo que en teoría dicen que se acepta, la plurinacionalidad del Estado
español. Si se considera a Catalunya como una nación (como la narrativa oficial
insinúa, llamándola nacionalidad) ¿cómo puede entonces negarse al pueblo de una
nación que se exprese sobre su propio futuro? La unión en un país tiene que
basarse en un acto voluntario, no forzado. La unión actual está garantizada por
la fuerza del mismo Ejército que muchos consideran heredero del golpista de
1936. ¿Cómo se puede defender esta situación, garantizada por las Fuerzas
Armadas, según la cual éstas son las que deben defender tal unión? Se equivoca
Jorge Martínez Reverte cuando en su artículo “No habrá más Cu-cuts”, El País
(08.10.12), define a las Fuerzas Armadas como las continuadoras de aquellos
sectores militares que en un momento histórico –dice él- defendieron la
legalidad republicana. Todos los indicadores muestran lo contrario. Las
amenazas procedentes de estamentos militares (sin ninguna corrección o sanción
por parte del gobierno Rajoy) a los movimientos que piden el poder de decisión
de la población en Catalunya, muestran que poco se ha cambiado de su prepotencia
y nula sensibilidad democrática. Y esta vez, el golpe militar, si es que
ocurriera, se presentaría en defensa de la Constitución que, en realidad,
solidificó su dominio.
Creerse que la Constitución refleja la libre voluntad de los
españoles es ignorar el deseo existente entre la población, en aquel periodo,
de terminar con la dictadura, al coste que fuera. Pero las nuevas generaciones,
educadas en un mayor nivel de exigencia democrática, no ven la Constitución y
la estructura de poder que refleja, con los mismos ojos que sus antecesores.
Éstos últimos, al votar la Constitución, mostraron su hartazgo con la
dictadura. La agitación social actual a lo largo del territorio español,
muestra hoy el hartazgo hacia el establishment español, basado en Madrid, y su
Constitución, que perciben que no responde a sus necesidades.
Los indicadores de la insensibilidad democrática
Se me ha dicho miles de veces por los defensores de la
Constitución, que el Rey, jefe de las Fuerzas Armadas, está sujeto al mandato
popular. Si ello fuera así, ¿por qué entonces se amenaza con la intervención
militar, tal como se afirma cuando se subraya con toda contundencia que
Catalunya nunca podría conseguir su independencia? Algunas voces (algunas
sutiles, otras bien claras), están amenazando con la utilización de la fuerza.
No soy independentista, pero como demócrata defenderé siempre el derecho de la
población que vive y trabaja en Catalunya de decidir, incluso para alcanzar su
independencia. Si el pueblo catalán votara en unas elecciones democráticas (que
deberían incluir la defensa de todas las opciones en sus medios públicos, lo
cual no está ocurriendo ahora) con amplia mayoría, por su independencia,
oponerse a ello por la fuerza sería un golpe antidemocrático, se hiciera como
se hiciera, incluso si se hiciera legalmente. La ley refleja y sintetiza
siempre unas relaciones de poder. Y estas relaciones pueden y deben
cuestionarse si son antidemocráticas.
El miedo a la democracia explica la oposición, también
antidemocrática, de que haya un referéndum en que la población catalana escoja
su destino (o que haya un referéndum en España para que se permita a la
población que diga su parecer sobre las políticas llevadas a cabo por el
gobierno central -o por la Generalitat de Catalunya- sin que tuvieran el
mandato para que las hicieran). Yo intentaré convencer a mis compatriotas
catalanes que no voten por la independencia (aunque tengo que admitir que la
continua resistencia a tener este referéndum por parte de las izquierdas
españolas, está debilitando mi compromiso a adoptar tal postura). ¿Cómo puede
el establishment español, basado en Madrid, acusar de victimismo a las fuerzas
políticas catalanas cuando se les niega el poder de decisión, como consta,
entre estos hechos, en la referencia a las Fuerzas Armadas como garantes de tal
unión? ¿Es que no se acuerdan de que las Fuerzas Armadas fueron las que
brutalmente ocuparon Catalunya, prohibiendo la expresión de su identidad? Deben
darse cuenta de que la resistencia a que la población catalana exprese su deseo
la está radicalizando. Si se hubiera aprobado el Estatuto aprobado por el
Parlament de Catalunya no estaríamos ahora donde estamos. Si continúa negándose
ahora el referéndum, serán ellos los responsables de unos años de enormes
tensiones.
Dos últimas observaciones. Durante años y años, el Sr. José
Bono fue uno de los personajes del establishment español, basado en Madrid, que
constantemente se opuso a las peticiones catalanas de que se corrigieran las
injusticias que el Estado español estaba perpetrando contra Catalunya. El Sr.
Bono continuamente desmereció y trivializó tales peticiones definiéndolas como
fruto del “victimismo” que caracterizaba –decía él- al nacionalismo catalán
(olvidando, por cierto, que eran las izquierdas catalanas las que con mayor
contundencia hicieron tales peticiones). Y como el Sr. Bono, miles y miles de
voces del establishment español. Pues bien, ahora, por fin, el Sr. Bono ha
admitido que estaba él equivocado. En sus memorias señala que fue un error el
establecimiento del “café para todos”, pues “era legítima y justa la demanda de
los catalanes”. Por mera coherencia, sería necesario que el Sr. Bono, que es
profundamente católico, pidiera perdón por haber contribuido tanto a crear en
España una imagen falsa de Catalunya.
La otra observación es a los movimientos de protesta, tanto
en Catalunya como en España. A los primeros, de carácter independentista, les
aconsejaría que se dieran cuenta de que su hartazgo hacia el establishment
español, basado en Madrid, es ampliamente compartido en España. Y aunque las
soluciones son distintas, comparten intereses y objetivos con las protestas
españolas, por lo que sería un enorme error caer en antagonismos, pues estos
movimientos españoles –la génesis de una nueva España- serán de una enorme
importancia para el futuro de Catalunya. Sin complicidades con fuerzas
españolas, su labor será mucho más difícil. De ahí que deberían denunciar los
insultos a la población española, como los presentes en el artículo del
dirigente independentista Alfons López Tena, escrito en Público (“El rey
felón”, 19.10.2012), que ofendía a la población española, expresando, además,
una enorme ignorancia. Acusó nada menos que al presidente de la República
Española Manuel Azaña de haber dicho que a Barcelona se la tenía que bombardear
cada cincuenta años. En realidad, fue el General Espartero el autor de la frase
que López Tena maliciosamente atribuye al presidente Azaña, el cual
precisamente criticó al general Espartero por tal declaración. Tal personaje
ignora que Manuel Azaña, presidente de la República, defendió la
autodeterminación del pueblo catalán. Y es más, añadió que en caso de que fuera
la decisión de separarse de España, él deseaba que continuaran los dos Estados
siendo amigos y valorando su pasado común. El comportamiento de este personaje,
López Tena (la caverna catalana, es la más semejante que existe a la caverna
española), debería denunciarse, y especialmente, por los propios
independentistas, pues tienen que darse cuenta de que con españoles como Azaña,
Catalunya no habría tenido tantos problemas como ha tenido. Catalunya necesita
aliados, que existen en España, en contra de lo que, manipuladamente, se está
informando y afirmando en Catalunya en sectores independentistas. Todos los que
queremos cambiar Catalunya y España necesitamos aunar nuestros esfuerzos, pues
sin la mayoría de la población, a los dos lados del Ebro, no se podrá cambiar
lo que se tenía que haber cambiado en el momento de la Transición.
Comentarios