El infierno son los otros

Todos los fundamentalismos religiosos están plagados de tabúes, sentimientos airados, obediencias ciegas y castigos excesivos para los que se aparten del santuario surgido de una rigurosa e interesada lectura de los respectivos libros santos o de la garganta del oráculo de turno.
El islamismo radical no sólo no se libra de estas características, sino que es uno de los fundamentalismos más anquilosados, lo que resulta decidor habida cuenta de que en ese universo de las creencias divinas a ultranza se suele cultivar a fondo la rigidez.
Las violentas protestas por la factura de un bodrio de vídeo, facturado a título individual y en el que se denigra a la figura de Mahoma, son fruto de la profunda enajenación de muchos miles de musulmanes que optan por apurar los márgenes de su religión y emprenderla a botellazos con el prójimo, cuando tendrían que aprovechar sus energías para protestar por la situación de miseria y embrutecimiento en la que se encuentran la mayoría de las poblaciones de la llamada nación islámica por obra y gracia de un puñado de desaprensivos: jeques, políticos, empresarios, imanes, militares etcétera, tan musulmanes como ellos.
Habría motivo para la indignación, jamás para el linchamiento, si el vídeo contara con aval institucional. Pero no es el caso.
Lamentablemente, la religión islámica apenas ha evolucionado. Se encuentra todavía anclada en un pensamiento inquisitorial, que también remodeló a la cristiana en su momento haciendo de ella un surtidor de verdades absolutas y un patético azote de infieles.
La religión continúa siendo el opio del pueblo llano en muchos territorios del planeta, donde se asientan desde tribus nómadas hasta Estados con vocación teocrática. Cuando un colectivo se considera elegido por dios, llámese cristiano, musulmán o judío, comienza inevitablemente la estigmatización de los otros: los bastardos.

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