Los escritores, mejor callados


Es raro toparse con un comentario versado que lleve la firma de un literato. Pero se empeñan en trascender mediáticamente, respondiendo a cuanto enigma se les plantea, en sintonía con la legión de tertulianos españoles que se atreven a opinar sobre todas las manifestaciones que tienen lugar en el orbe sin contar con el andamiaje debido.
En el caso de los literatos es particularmente gravoso; porque además se consideran muchos de ellos intelectuales, cuando su bagaje en materia de análisis y reflexión suele ser más bien escaso.
El hecho de escribir ficción lo único que garantiza, en el mejor de los desenlaces, es la facturación de un buen texto; imaginario para más señas. Y ahí debería parar el hacedor, porque su actividad no le faculta para pronunciarse sobre otras materias ajenas a su desempeño y que exigen una especialización, ésta sí necesariamente racional.
Sin embargo, muchos escritores no tienen medida de las cosas y alentados por su ego expresan con frecuencia sus pareceres extraliterarios, con poco juicio por lo general y casi siempre con escasísimo conocimiento de causa.
Ha ocurrido recientemente con Álvaro Pombo, que declaró a un medio chileno que España prosperó gracias al dictador Francisco Franco.
"Eso no quiere decir que queramos otro Franco. Yo no quiero otro Franco. A mí me echaron del país", matizó de inmediato el inefable personaje que milita ahora en Unión Progreso y Democracia (UPyD), un partido ibérico tan estrambótico como los seres que alberga.
La entrevista está repleta de despropósitos; y de ignorancia.
Incluso para la “boutade” se necesitan dosis de ingenio: y de ahí que sean exabruptos o dislates lo que leemos o escuchamos habitualmente cuando los literatos se alejan de sus dominios, aunque sólo se aparten de los mismos unas cuantas pulgadas.
No abundan los escritores como Norman Mailer o Martin Amis que constituyen la excepción, documentada, en un mundo claramente sobredimensionado y repleto de fantoches. Mayormente por estos pagos.

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