Los excesos de la "roja"


Si este país saliera a la calle para protestar por los apretones de cinturón y las cien mil injusticias, con la misma alegría con la que se planta en las aceras para festejar los triunfos de la selección española, es probable que el fenómeno futbolero me produjera menos urticaria de la que me produce. Pero, lamentablemente, no sucede así. Siempre he recelado de las grandes concentraciones en las que se relegan las preferencias de cada quien en aras de adoraciones tan generalizadas como amorfas. Soy de los que buscan continuamente afinidades, concretas: políticas, existenciales, emocionales… y me reconozco incapaz de participar en cumplidos gloriosos, al lado de una legión de incompatibles. El pan y circo que con tanto éxito patentaron los romanos, adquiere hoy en día dimensiones galácticas, con la salvedad de que el crecimiento de los circos está siendo inversamente proporcional al de los panes. Por lo pronto, los excelsos muchachos de la “roja”, tan generosos y solidarios según reiteran hasta la saciedad los comentaristas deportivos, se resisten a renunciar a sus jugosas primas de 300 mil euros por cabeza tal como demandan los twitteros que no portan orejeras; los menos, todo hay que decirlo. Tampoco los 23 magníficos han mostrado la menor intención de tributar en España en caso de cobrar los premios; no lo hicieron en el mundial de Sudáfrica y todo parece indicar que de nuevo, esos chicos millonarios, con sueldos desorbitados en sus respectivos clubes, cederán a la tentación del lucro y burlarán legalmente al fisco ibérico pagando impuestos en otros lares. Por lo demás, puestos a apostar, prefiero quedarme con los jóvenes anónimos que en este país de países, sin camisetas estrelladas, batallan a diario para que progrese el colectivo en su conjunto y no solamente sus cuentas bancarias y otros allegados. El futbol actual, contaminado y mercantilizado hasta la náusea, idiotiza fundamentalmente. Mantenerse a cierta distancia de las gradas, no sólo es un acto heroico en estos tiempos de facilísimo arrebato; es también uno de los mejores homenajes que podemos ofrecer a nuestras neuronas.

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