Las obsesiones de AMLO
El candidato del Movimiento Progresista, que agrupa a las
izquierdas mexicanas, acaba de tachar de “vergüenza nacional” las recientes
elecciones llevadas a cabo en ese país latinoamericano.
Andrés Manuel López Obrador continúa con su guerra de baja intensidad
en busca de una victoria de la que se considera despojado, a pesar de que el
Instituto Federal Electoral (IFE) y el resto de los candidatos han aceptado el
triunfo virtual del abanderado del Partido Revolucionario Institucional (PRI),
Enrique Peña Nieto.
Por su comportamiento de los últimos años, habría que
concluir que el político tabasqueño es un personaje hiperbólico, receloso de
los medios de comunicación que considera hostiles y poco dispuesto a orearse
internacionalmente. Prefiere moverse en corto, muy en corto.
Evidentemente hubo irregularidades en el último proceso
electoral; pero esas anomalías estuvieron latentes o se manifestaron
abiertamente incluso antes de que se diera el banderazo de salida hacia las
urnas, por lo que debían haber servido para cuestionar las bases de un concurso
que todos acataron; no así su desenlace.
La votación ha sido la más vigilada en la historia de
México, tanto por organismos internacionales como por los representantes de los
partidos y las instituciones que velan por el buen desarrollo de los comicios.
Y nadie, salvo el político despechado, ha objetado los resultados.
Hasta ahora, las denuncias presentadas por AMLO y su equipo
son insuficientes para negar la mayor. Faltan pruebas, según el IFE, que
sustenten las graves acusaciones del líder que de nuevo elige el papel de
víctima por antonomasia, despreciando casi todos los sufragios que no lo
favorecen cuando es evidente, según él, que representa la mejor opción para
México, con suprema diferencia.
Las fijaciones de AMLO merman los créditos de ese país y someten
a la izquierda que dirige a tensiones innecesarias. El tabasqueño se ha
convertido en un lastre para los suyos con su provincianismo político y su
profunda desconfianza hacia un sistema del que reniega en la intimidad, pero
que utiliza sin escrúpulos cuando se le presenta la ocasión. Si gana, todo en
orden; si pierde, toca a rebato.
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