La mala fama de los banqueros
Los banqueros españoles cosechan cada vez más una peor fama.
Es algo perfectamente lógico. Mientras en este país de países se suceden los
apretones de cinturón traumáticos y cientos de miles de ciudadanos padecen el
desempleo o trabajan en condiciones precarias, cuando no pierden su vivienda
por impago, los banqueros sacan a relucir sus impresionantes beneficios, se
blindan con indemnizaciones millonarias y manejan un lenguaje cínico,
impostado, claramente incompatible con el descontento radical que ha prendido
en las calles. La última noticia que ha encendido de nuevo al vecindario la
protagoniza Rodrigo Rato, un político sobrevalorado que ha demostrado su
incompetencia en sobradas ocasiones. Resulta ahora que dimite de la presidencia de Bankia, un banco extenuado como consecuencia de su sobreexposición al
ladrillo y otras cuitas y que necesita una inyección de al menos 7 mil millones
de euros provenientes de las arcas públicas para seguir dando bocanadas. Pues
bien, en esa tesitura el señor Rato, que cobraba la friolera de 600 mil euros
anuales, se retira con un cheque que supera el millón de euros por sus
impagables servicios a una entidad que se encuentra bajo mínimos. ¿Y quién le
sucede? Pues al parecer José Ignacio Goirigolzarri, este sí banquero de
profesión que se llevó cuando partió del BBVA más de 50 millones de euros por
su plan de pensiones acumulado como consejero delegado de esa compañía, amén de
otras fruslerías. Con estas sumas impronunciables y un comportamiento tan poco
ejemplar, sobre todo en época de crisis, ¿alguien se extraña de que los prohombres
de las finanzas sean objeto de un aborrecimiento generalizado?
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